sábado, 2 de abril de 2022

(Recopilación) Yo Escribo 52 Historias - Semana 9 y 10 by Varios Autores

 
Yo Escribo 52 Historias


Semana 9 - Perplejo / Sortilegio

Semana 10 - Avaricia / Muñeca



Varios Autores


María Elena Rangel, Neus Sintes, Bego Rivera, Salvador Alba, Freya Asgard, Guillermo Arquillos, Eelynn Cuellar, Katty Montenegro, Singrafista


Hello, Hello!!!!

Y buena una recopilación más de este reto semanal en el cual tenemos dos nuevos autores, por lo que esta ocasión tenemos 18 maravillosos relatos, muy variados, así que no em alargo más y que tengan una feliz lectura!!!















María Elena Rangel

Lo que es Igual no es Trampa

Perplejo me detuve en seco en la entrada del cine. Miré a mi novia directo a los ojos.
-¿Sortilegio de Amor? ¡En serio! ¿Tú pretendes que vea esa cursilería?
-¡Claro, amor! La semana pasada tuve que ver Matrix Resurrecciones, y no me quejé. Lo que es igual no es trampa, ¿no te parece?
Resignado entre con ella a ver la dichosa película. Primero muerto antes de confesar las veces que limpié, con disimulo, una lágrima traidora. No quiero ni pensar cuanto se reiría de mí con nuestros amigos. Tendría que aguantar sus burlas hasta el infinito... Y más allá.









Neus Sintes

El Hechizo De Amor

Francisco estaba enamorado de Margaret desde hacía mucho tiempo. Pero en cambio Margaret nunca identificó las señales de Francisco, preso de la belleza que desprendía ésta al caminar, mientras su corazón sollozaba con tenerla en sus brazos.

Ambos trabajaban juntos en el mismo hospital. Ella de enfermera y el especialista en médico de cabecera. Eran muchas las ocasiones en que se cruzaban por los pasillos, en otras tenían que trabajar en equipo. La conocía demasiado, para saber cómo era y cuales eran sus gustos y las cosas que le aficionaban. Pero de los cinco años en los que seguían trabajando en el mismo hospital, Margaret nunca percibió en Francisco ningún atisbo, ningún indicio de su amor por ella. En cambio, Margaret, seguía soltera. Sus relaciones tampoco habían llegado a buen puerto.

Un día, Francisco emprendió el camino de regreso hacía su casa. Siempre recorría el mismo camino, pero tuvo que desviarse al encontrar que habían cerrado la calle, debido a las obras que se estaban haciendo. Dio media vuelta y emprendió sin mas remedo el camino más largo, donde una pequeña luz le llamó la atención. Guiado por su intuición, detuvo el coche, lo aparcó donde no pudiera molestar y entró guiado por la curiosidad.

Era una tienda de antigüedades, donde la dueña, una anciana de ojos pequeños, aunque vivaces, le saludó,

—¿Necesite que le ayude en alguna cosa, joven? —le preguntó la anciana

—Solo estaba de paso —respondió Francisco, sin dejar de observar todos las antigüedades que por alguna razón, no dejaban de atraerle.

—Donde está mirando, es la sección de hechizos y sortilegios.

—No creo en estas cosas —lo siento, no quería ser mal educado...

—Joven, no es primero que no cree en estas cosas u objetos mágicos. Pero créeme, sé que su corazón dice todo lo contrario. ¿me negará que no está sufriendo por un amor?.

—¡Usted como sabe que....— vaciló antes de seguir.

—Puede que sea ya anciana, pero sé muchas cosas. Vendo amuletos y antigüedades en esta pequeña tienda, apartada de las demás, porque me gusta ayudar a los demás, siempre que lo deseen. Pero sin ser vista por la multitud.

—¿Por qué?— se interesó Francisco.

—Porque me dedico a trabajar con las fuerzas sobrenaturales, para tratar o trabajar por la efectividad de un resultado. —Le susurró la anciana.

—¿Deseas que te cure tu corazón herido? —le preguntó muy seriamente.

Francisco quedo perplejo ante la pregunta de la anciana. Asintió con la cabeza sin pensar en las consecuencias futuras.

La anciana, apagó las luces, dejando unas velas encendidas que iluminaban la estancia. Un silencio se apoderó de la habitación y Francisco temió por un instante, aunque la anciana lo calmó con esa mirada que pareció hipnotizarle.

La anciana le realizo un sortilegio para poder sanar su corazón. Empezó realizando un ritual adivinatorio, leyendo las líneas de la mano de Francisco. En ellas se reflejaba las líneas de la vida. Viendo en ellas, la línea del amor dañada por falta del amor de una mujer.

Nunca imaginó que aquello a lo que se arriesgo, le cambiaría la vida. La magia hizo su efecto. A raíz de entonces, Marilen se enamoró perdidamente de Francisco y vivieron una hermosa historia de amor.

Una noche, como todas las demás, Francisco despertó sudoroso de una pesadilla. Por primera vez en mucho tiempo, se dio cuenta, fue consciente de que sin el sortilegio, Marilen no estaría enamorado de él. Era como si su amor fuera una falsedad, todo gracias al hechizo que años atrás realizó esa anciana de ojos diminutos y vidriosos, le hizo prometer no mencionar jamás donde residía, ni mucho menos mencionar el sortilegio realizado. "Las fuerzas sobrenaturales te perseguirán toda la vida".

Lo que antes le era un sueño hecho realidad, ahora se había convertido en una pesadilla sin fin.









Bego Rivera

Serendipia

Hasta última hora Susan le estuvo dando vueltas a la cabeza. Ya estaba preparada para salir, era pronto, tenía tiempo. Se había puesto su vestido rojo nuevo, le quedaba fantástico. Se miró al espejo. Para tener cuarenta y cinco años aparentaba menos -o eso creía ella- y consiguió (después de mucho esfuerzo a base de gimnasio, dietas y fuerza de voluntad) la anhelada talla 38. Pasó por una grave depresión cuando su ex marido la dejó por una compañera de trabajo, más joven, hacía dos años. A partir de ahí su vida fue cuesta abajo. Se dejó ir, engordó, no tenía ganas de nada. Encerrada en su casa no veía salida. La despidieron de su trabajo – dependienta en unos grandes almacenes- cuando le dieron la baja por su delicado estado de salud mental. Aproximadamente un año atrás, su amiga Alex la ayudó a salir de ese agujero en el que se encontraba. Estuvo a su lado, con paciencia, iban al gimnasio, la obligaba a salir, poco a poco su vida iba cambiando para bien.
 Su amiga Alex, soltera, buscaba pareja desesperadamente, era habitual de las redes sociales y sobre todo de las páginas de contactos. Siempre salía escaldada. Aún así convenció a Susan para que hiciera lo mismo. Aunque no muy convencida, Susan aceptó. Ella buscaba un compañero de vida, no algo pasajero. 
Tuvo dos encuentros con dos hombres que afirmaban en sus perfiles buscar pareja estable. El primer encuentro no salió bien, el individuo fue al grano rápidamente invitándola a su casa esa noche, con prisas, mientras ella se terminaba la copa,  él insistía…se levantó y lo dejó allí plantado sin darle explicación, no se la merecía. El segundo fue peor: empezó a soltar obscenidades nada más verla, como si fuera lo normal. Ni se molestó en pararse con él. Se fue. 
Y ahí estaba ahora lista para su tercera cita, había quedado con un hombre. Le gustó que le propusiera un restaurante para el encuentro y no el típico bar como los demás  para emborracharla rápidamente. No las tenía todas consigo. No se fiaba, por su experiencia, la de su amiga y por todo lo que había leído y escuchado. “Bueno ya que estoy preparada, iré” Pensó mientras se miraba al espejo. Llegaría antes de tiempo pero esperaría tomándose algo.
Jaime aguardaba a su cita en el restaurante, no esperaba nada diferente a los anteriores encuentros. Viudo desde hacía tres años y sin tiempo para conocer mujeres ya que su trabajo le absorbía… decidió meterse en una página de contactos. Tuvo varios encuentros con diferentes mujeres. A las primeras, cuando salía el tema del trabajo – era de lo primero que le preguntaban ya que no lo puso en su perfil- y les comentaba que era empresario de una gran compañía las tenía a sus pies. No se interesaban por él: le agobiaban, le perseguían, mensajes, llamadas… Así que decidió decir en los siguientes encuentros que era camarero. La cosa cambió drásticamente, ninguna de las mujeres de esas  citas quiso volver a verle. ¡Increíble! ¡No! Ya estaba curado de espanto.
El restaurante estaba casi lleno, Jaime tomaba uno de sus vinos favoritos. En un momento dado vio entrar a una mujer muy atractiva, morena, de rojo: ¿sería ella? Uno no se podía fiar de las fotos de las páginas de contactos, lo sabía por experiencia. Cuando llegó la mujer a la altura de su mesa él se levantó.
-¡Hola! – Dijo Jaime mientras retiraba una silla para que ella se sentase- Las fotos no te hacen justicia, está guapísima.
- ¡Gracias, igualmente! – comentó Susan mientras se sentaba azorada pensando en lo bien parecido que era.
Jaime llamó al camarero, pidieron. Mientras, charlaban un poco de todo. A Jaime le gustaba esa mujer. Ella  ni se inmutó cuando salió el tema del trabajo y le dijo que era camarero.                                                                                                         Susan estaba disfrutando de una velada amena. Estaba como hipnotizada, parecía que conociera a ese hombre de otra vida. Sus gustos comunes, ninguna insinuación incómoda: no se lo creía. ¿Estaría acaso bajo el efecto de alguna clase de sortilegio? En un momento dado se quedaron mirando  a los ojos: sin saber que decir y diciéndolo todo.
La magia entre ellos la rompió una voz que les hablaba, la voz insistía haciéndoles salir de su nube. Jaime pensando que era el camarero lo miró viendo que no llevaba nada. El hombre de unos cincuenta años y algo entrado en kilos chorreaba sudor por la frente y su gran calva. Se quedó mirando a Susan.
-Perdona, ¿eres Susan?- dijo con voz aguda resoplando- soy Pedro, tu cita. Hemos quedado hoy aquí.
-¿Susan? ¿No eres Elena, mi cita? - comentó Jaime perplejo sin saber a quién mirar.
Susan sorprendida y descolocada con la situación, comprendió.
-Me parece que nos hemos equivocado de persona- susurró a Jaime-¡pensé que eras Pedro! Creo que la mujer de aquella mesa que hace rato que está sola y mirando la hora es Elena- señaló a la mesa: una mujer nerviosa y con la cara fruncida y claramente enojada a pesar de las múltiples capas de maquillaje que llevaba.
Jaime y Susan se miraron y sin decir palabra alguna se levantaron. Salieron juntos de allí tras pagar la cuenta; rumbo a un futuro unidos. 
Se habían encontrado sin buscarse, no hacia falta más.









Salvador Alba

El Sortilegio

Me quedé perplejo cuando vi a la Pitonisa Olga en acción. La verdad es que creía que la gallina era su mascota, pero supe que no cuando le retorció el pescuezo. Luego le cortó la cabeza con un hacha de cocina. Para mi sorpresa, me entregó la cabeza y me pidió que le orinara encima. Como ella era la experta, le obedecí, así que fui al baño e hice lo propio.
Al volver, me esperaba con una sandía partida en dos y un cuchillo de grandes dimensiones sobre la mesa. Le acerqué la cabeza de la gallina, ella negó con cara de asco y me indicó que la pusiera sobre una mitad de la sandía. Luego colocó una carta que traje escrita de casa y la tapó con la otra mitad de la sandía para dejarla como estaba. Después la amarró con una cuerdecita y atravesó la sandía, la carta y la cabeza con el cuchillo y la enterró en su jardín.
Me sacó quinientos euros, pero ¿quién le pone precio al amor?
Ahora estoy esperando a que haga efecto el sortilegio en la cafetería donde ella viene todos los días, pero la verdad es que ni siquiera me mira. Aunque tiene que estar al caer, porque hoy he tenido los primeros efectos secundarios: he puesto un huevo y he despertado a todo el vecindario con mi ¡¡¡¡¡Kikirikííííííí!!!!









Freya Asgard

Éxito A Cualquier Precio

Quedé perplejo ante aquella bruja. Iba por un sortilegio para tener éxito en todo ámbito de mi vida. 
―Debemos hablar del precio ―me dijo―, a veces el costo es muy grande. 
―Seré millonario, ¿qué problema podría haber? Usted misma me dijo que podría pagarle cuando todo me fuera mejor. 
―Así es, pero aún no le he dicho el precio. 
―El que sea, lo pagaré. 
―Ya le dije que no ha escuchado mi precio. 
―Y yo le dije que estoy dispuesto a pagarle lo que sea, siempre tendré más. 
―Hay cosas de las que solo hay una en la vida. 
―Bueno, dígame el precio, pero le aseguro que lo que sea, lo pagaré. 
―Por tercera vez me dijo que pagaría el precio, ya no tiene vuelta atrás, si no cumple con su parte, tendrá una vida de fracasos, dolor y miseria. 
―No me escaparé con su dinero. 
―Yo no le he dicho que me pague con dinero ―replicó y me asusté. 
―¿Qué quiere? 
Antes de contestar, pasó unas ramas de plantas a mi alrededor, me tiró el humo de unos sahumerios y dijo unas palabras inentendibles para mí. 
―Ya está hecho ―me aseguró―, desde mañana, todo lo que haga será exitoso, en dinero, en amor, en salud, en todo. 
―¿Y cuál es el precio? 
―A la medianoche, de cualquier noche de aquí a tres meses, debe asesinar a su mamá, ella es el pago que exijo. 
―¿Qué dice? 
―Yo le dije que lo pensara. 
―Pero ¡mi madre! 
―También le advertí que hay cosas de las que hay una sola, su madre por ejemplo. 
―No puedo hacerlo. 
―Tiene tres meses para pensarlo, si no lo hace, ya sabe, tendrá una vida de fracasos, dolor y miseria.
Hoy se cumplen seis meses desde aquella fatídica noche cuando hice el trato maldito con esa bruja. Sí, soy exitoso, en poco tiempo he logrado tener una cafetería que se ha vuelto famosa y tiene varias sucursales; tengo una esposa que está esperando a mi primer hijo; mejoré de mi hipertensión y me siento mejor que nunca. 
Mi madre murió hace cuatro meses, un hombre entró a su casa para robar y la asesinó, no la hizo sufrir, solo le dio un disparo en la cabeza mientras ella dormía. No encontraron al culpable y hoy cerraron el caso. 









Guillermo Arquillos

SORTILEGIO (parte I) --- (1/2)

La idea

La hechicera le había asegurado que el sortilegio mágico no fallaba nunca. Era necesario que Elvira se tomara aquellas gotas prodigiosas antes de que acabase el mes. La lengua de sapo, la piel de rana y la cola de lagarto solo tendrían eficacia hasta el día treinta y uno. Si no conseguía que su mujer las tomara, todo el encantamiento no serviría de nada.
Él necesitaba que Elvira muriese: si no devolvía pronto el dinero a los prestamistas, estos lo matarían. Había tenido que recurrir a aquella banda porque ya no era posible encontrar a alguien que le fiara más dinero. Nadie se creía sus cuentos, ni su hermana Marga ni ninguno de sus amigos a quienes había acudido en ocasiones anteriores. Lo peor es que las deudas, esta vez, eran demasiado grandes.
La gran ventaja sobre un veneno normal, le aseguró la maga, es que aquel encantamiento no dejaba ningún rastro. Además, lo más importante, le dijo, es que el espectro de su mujer se quedaría atrapado en el más allá y no podría volver a tomarse venganza desde el otro mundo. Tal era su poder.
¿Dónde pondría aquellas gotas?
Descartó el agua, porque no sabía si el sabor podría ser fuerte. También desechó el vino, ya que su esposa tomaba ahora unos medicamentos que eran incompatibles con el alcohol.
Reflexionó mucho tiempo hasta que tuvo la idea. Sería en el café.
«Elvira y yo tomamos cápsulas distintas, dos al día cada uno. Puedo dejar las justas para que tenga que beberse ese café* *antes del día treinta y uno. Nunca abre una caja nueva hasta que no termina la anterior y el aroma fuerte del que le gusta disimulará cualquier sabor extraño. ¡Va a ser fácil!».
Contó: «…seis, siete y ocho».
Y se dijo: «En cuatro días, una de las cápsulas significará su propio final. Ella misma se lo preparará, como hace siempre. No hay mejor método. Nunca podrán relacionarme con su muerte».
Elvira era rica. Todos los bienes, la casa, las tierras, los caballos, las empresas y los almacenes eran de su propiedad. Los había heredado de sus padres y tenía una sólida formación y experiencia como responsable de aquellos negocios. Por eso mismo, Elvira no aceptaba que su marido fuera un despilfarrador. Menos aún, un adicto al juego. Le había recriminado muchas veces las cantidades enormes de dinero que dilapidada con las apuestas, casi siempre perdedoras. Pero él necesitabaaquella sensación, tenía que disfrutar de aquellos nervios que recorrían todo su cuerpo y le electrificaban la mente. *Estaba obligado *a apostar: no podía evitarlo.
Sin las apuestas, Miguel no era nadie. Arriesgaba el dinero en todo tipo de juegos: en el póker, en la ruleta, en los dados… Muchas noches, hasta se quedaba conectado a salas de internet donde corrían cantidades enormes de dinero.
El estribillo que siempre se repetía era: «En cuanto me recupere, lo dejo. Seguro que ahora cambia mi racha». Pero volvía a perder una y otra vez.
A Elvira le gustaba prepararse ella misma el café por la mañana y después de comer se hacía otra taza, antes de iniciar las tareas de la tarde. Siempre saboreaba uno* lungo*con un poco de leche. Las cápsulas que le gustaban a Miguel, en cambio, eran las de café con leche.
Tres días. Ya habían pasado tres días desde que puso aquellas gotas, con una jeringa, en una cápsula de café lungo.
Después del desayuno, Elvira no dio ningún síntoma anormal. Miguel contó: «Siete. Solo queda una cápsula de las suyas». Y empezó a ponerse muy nervioso.
—¿Qué te pasa cariño? —preguntó Elvira—. ¿No está bueno el asado que nos ha dejado la cocinera? Yo creo que deberíamos contratar a otra, aunque solo fuera para que nos hiciera la comida de los jueves. No me gusta que todos los santos jueves tengamos que recalentarnos la comida que nos deja preparada. Y hay que reconocer que este asado, recalentado, no sé, como que no apetece… ¿Te ha sentado mal a ti?
Miguel apenas había probado la carne. Estaba sudando. No era capaz de pensar más que en el instante en que su mujer se tomara el café. Deseaba y temía que llegara ese momento. Quedaba poco tiempo.


SORTILEGIO (parte II) --- (2/2)

El café

—Elvira, no me encuentro bien —dijo de pronto Miguel, que llevaba toda la comida sin saber qué hacer con las manos y dónde ponerse la servilleta—. Me voy a dar una vuelta por el barrio a ver si me despejo. ¿No te importa que no te ayude a recoger la mesa? Esta costumbre de dar los jueves libres al servicio tenemos que repensarla.
En Miguel, aquellas *espantadas *a la hora de recoger la mesa los jueves, cuando no había servicio en la casa, no eran algo desacostumbrado.
—No, no. Ya sabes que no me importa. Hoy, además, estoy un poco cansada —dijo Elvira—. En cuanto recoja, me quedo en el sillón un rato y luego me tomo el café. Vete si quieres a darte una vuelta y te despejas.
Miguel vio el cielo abierto. Más, todavía, cuando supo que ella iba a echarse un poco la siesta. Así nadie podría relacionarlo con lo que estaba a punto de sucederle a su esposa.
«¿Cuánto rato estará? ¿Media hora? ¿Veinte minutos? Sí. Elvira no suele estar más de veinte minutos descansando. Quizá media hora. Luego se toma su cafelito», se dijo. «En veinte o treinta minutos estará todo resuelto. Espero que no tarde mucho rato en hacer efecto. La hechicera me dijo que lo que me había preparado actúa con bastante rapidez».
Salió de la casa y empezó a dar vueltas por el barrio. Se cruzaba de vez en cuando con algún vecino, al que saludaba. Quería que lo recordara por si necesitaba una coartada.
Pasaron diez minutos. Miguel temblaba. No podía evitarlo. El brazo derecho parecía que tenía vida propia y no paraba de agitarse. No respondía a su cabeza. Tomó aire y lo expulsó varias veces, intentando controlar la respiración. Daba vueltas sin ninguna lógica por las manzanas más cercanas a su casa. Sus pasos se aceleraron. No podía dejar de caminar cada vez más rápido.
Veinte minutos. Ahora Elvira estaría despertándose. Solía programar una alarma en el móvil por si se quedaba profundamente dormida. Nunca permitía que sus sueñecitos duraran más de la media hora. Miguel seguía caminando. Cruzó por donde no debía y un chico con una bicicleta tuvo que esquivarlo.
Treinta minutos. En aquel momento, ya estaría preparándose el café. Treinta y uno. La máquina de cápsulas tardaba unos dos minutos en prepararlo. Treinta y dos. Café listo. Si no se lo había tomado ya, ahora estaría empezando a degustarlo. Treinta y tres. ¿Notaría un sabor fuerte? ¿Dejaría de bebérselo porque no tenía el sabor al que estaba acostumbrada? Treinta y cuatro. Elvira se solía tomar el café bien caliente. Miguel no sabía cómo la boca de su mujer podía aguantar la temperatura tan fuerte. Seguro que le salían quemaduras en la lengua. Treinta y cinco: «¡Venga, de un trago, Elvira! ¡Vamos!»
Miguel se quedó un rato en silencio. Estaba hecho. Nada podía cambiar el destino de su mujer y el suyo propio. Si todo había salido bien, a estas horas, ya sería rico. Porque él era el único heredero, en caso de que a Elvira —¡Dios no lo quiera!—, le sucediera algo.
De pronto, sintió paz. Se tranquilizó y respiró hondo: «Deber cumplido», se dijo.
Primero sonrió. Luego soltó una carcajada. Unos vecinos lo oyeron reírse y se quedaron extrañados.
Treinta y ocho minutos. Todavía tardaría un par de minutos en volver a su casa. Había estado paseando por el barrio, dando vueltas sin mucho sentido y ahora necesitaría dos minutos entrar de nuevo al salón de su hogar.
Apresuró el paso. De pronto, empezó a urgirle saber el resultado de su plan. ¿Estaría ya Elvira sin respiración en su sofá? ¿Tendría la cara descompuesta? ¿Quizá su boca estaría abierta y su mirada se habría quedado fija en el infinito?
Cuarenta minutos.
Apenas atinaba a meter la llave en la cerradura de casa. Tuvo que intentarlo varias veces.
—Miguel, Miguel —era la voz de Elvira—. Ven corriendo. ¡Qué desgracia, Dios mío, qué desgracia!
¡No podía creerlo! ¿Qué había ocurrido? ¡No podía ser!
—Voy, cariño. ¿Qué pasa? —gritó él.
—¡No reacciona, no reacciona!
—¿Quién no reacciona? —dijo Miguel mientras entraba en el salón.
En su sillón estaba su hermana Marga. La única persona que alguna vez lo había querido en la vida. Tenía la cabeza inclinada hacia un lado, la boca abierta, los ojos perdidos en el infinito.
—Me dijo que quería verte para algo importante. Le ofrecí una taza de café de los míos —dijo Elvira.
Se detuvo unos segundos, antes de continuar:
—Fui un momento a la cocina para traerle unas pastas y…
Era evidente que Marga estaba muerta. Elvira se quedó mirando un minuto la cara de Miguel. Estaba perplejo.
—Por cierto —de pronto, Elvira sonreía—, la hechicera a la que fuiste me había avisado. Es muy amiga mía. Me di cuenta de que habías tirado algunas cápsulas del café que yo tomo. Revisé las que dejaste y pude ver que una de ellas tenía un pequeño agujerito. Estaba pensando qué día sería el mejor para que tú te tomaras ese café. Pero, ya ves, se presentó tu hermana. Por cierto, me dijo que lo había pensado mejor y ahora quería ayudarte con no sé qué deudas tuyas. Una pena lo de Marga…
Y Elvira se rio a carcajadas.









Eelynn Cuellar

Última Noche

Se supone era la noche perfecta: mi despedida de soltera. Mi última oportunidad para divertirme y soltarme el chongo. Bueno, tampoco es que vaya extrañar mucho salir de fiesta, en realidad soy buena chica, hogareña que a mis veinte años he salido muy pocas y tampoco soy de bailar o tomar. Solo me dejé convencer por mis amigas de la universidad antes de que me encerrara en casa como ama de casa de tiempo completo, sí, habíamos decidido que abandonaría los estudios y buscaríamos pronto aumentar la familia.

Ellas estaban decididas a qué viviera una noche loca, que me divirtiera por lo menos una noche antes de dar el «sí acepto».

Comenzamos en una estética dónde me cambiaron el look —algo con lo que no creo esté muy feliz mi futuro marido, ya que me deshice de melena larga y me lo teñí—, después fue pasar por diferentes bares y en una de esas paradas nos detuvimos en una feria. Me subí por primera vez a una montaña rusa y otros juegos mecánicos que parecían creados por el mismísimo demonio y cuando estábamos a punto de irnos, había una carpa con una adivina. Yo no quería entrar, no me gustaba ni creía en eso.

Fuimos pasando una a una para que nos leyera la suerte de diferentes maneras, y cada una terminaba con un rostro perplejo, confundidas por lo que nos iba diciendo. Nada de lo que nos decía era coherente con nuestras vidas. Cuando me dijo que yo estaba bajo un sortilegio, una especie de amarre, me dijo que aún estaba a tiempo de librarme de un gran mal. Yo intenté marcharme de ahí y me pidió una oportunidad de leerme mi futuro y pasado con diversos elementos para creerle que no mentía y era una charlatana. Seguía muy confundida, y al final me convencieron.

Cambiaban algunas cosas en cada sortilegio que utilizaba, pero había un elemento presente cada vez.

Nos miramos perplejas, estábamos desconcertadas y no sabíamos qué decir o hacer, esto no podía ser cierto, yo no era así, y aún así, me levanté decidida. Tomé su rostro con ambas manos, y la besé como nunca lo había hecho. No sé cómo es que sucedió, en la madrugada me levanté en silencio de su cama y me marché a la mía.

Está noche no la olvidaría nunca, pero todos esperaban de mí algo y no por leer mi suerte una noche antes, cambiaría todo. Hoy me casaría, quizá no con el amor de mi vida, pero por lo menos esperaba que ella estuviera a mi lado como tantas veces jugamos desde que éramos niñas, ella como mi dama de honor y yo era la novia.









Katty Montenegro

Con Mi Familia No

Antes de que el padre de Elizabeth pudiera decir nada, Ellery llegó al lugar casi corriendo.
—Que bueno que llegó, su mujer... Ayúdeme.
—Sé lo que ha estado sucediendo y estoy de acuerdo con ella —contestó el aludido.
Rosemary no esperaba menos, aún así, se sorprendió. Y ni hablar del hombre que pasó de estar asustado a perplejo.
—Estoy tratando de hacer entrar en razón a mi hija.
—¿Mientras mi hija corre peligro?
—Por lo mismo, usted es padre, pongase en mis zapatos. Le pido que no permita que su mujer le haga daño, ayude a mi hija por favor.
—¿Usted ayudó a mi esposa, a mis hijos y a mi madre?
El hombre no contestó, solo bajó la mirada culpable.
—Y luego dicen que las mujeres hablamos mucho. —Reclamó Rosemary—. Permiso —dijo con firmeza y apuntando al hombre, él se movió permitiendo su paso.
Ellery la siguió en todo momento, y tal como ella suponía, había un pasadizo que conectaba con un túnel.
—¿En serio, Elizabeth? —soltó Rosemary al verla con brebajes que parecían hechicería.
—¿A que otro sortilegio podría haber recurrido? Necesito a mi familia conmigo.
—Tu familia no existe, estás robando la mía y no lo permitiré.
—¿No? ¿Y que harás? ¿Disparar?
—Si no me das a Caroline, sí.
—Claro, tarde o temprano volverá a mí. Pues el primer brebaje fue para ella.
Rosemary sintió que el oxígeno la abandonaba, si bien la brujería ya no se veía como antes, el miedo a regresar a esa época seguía latente. Ellery no lo pensó dos veces y disparó. Si matas a la bruja, también matas sus hechizos.



















Neus Sintes

Uno de los siete pecados capitales: la avaricia

Antonia tuvo dos hijas y dos hijos con un hombre humilde. Pero Antonia era una mujer que ansiaba poder. De joven no pudo conseguirlo y ahora enseñaba a sus hijas, desde bien pequeñas, que cuando fueran éstas mayores consiguieran hombres de negocios, que tuvieran dinero y poder. Solo así serian felices.

Cuando cumplieron sus veinte años, tanto Pilar como María siguieron los consejos que su madre, desde la infancia les enseñó. Ambas se casaron con hombres de dinero, y se olvidaron de que ellas provenían de una casa humilde y la avaricia creció en su interior, convirtiendo a ambas en personas totalmente distintas. En cambio sus hermanos siguieron los pasos de su padre. Los de un padre humilde y trabajador.

Pero en el caso de las hijas de Antonia fue muy distinto. Se sentía muy orgullosa de sus hijas por haber conseguido las metas que ella no pudo lograr.

Un día el padre se acercó a su hija menor. No dejaba de ser su hija, aunque la figura materna, hubiera sido la que las hubiera guiado por el camino que creía correcto. Aunque el no lo veía del mismo modo.

-Pilar, ¿tienes un momento? - le preguntó

-Claro papá - mirando a su padre con la sospecha de que éste iba a decirle algo...

-Escucha bien lo que te voy a decir, Pilar. Te has convertido en una mujer, recién casada. Deseo que tu vida este llena de felicidad - Prosiguió - Pero, que la riqueza ni el éxito te hagan perder la humildad. - le dijo seriamente, mientras la miraba a los ojos fijamente, dando un beso en cada mejilla.

Su padre vio alejarse a su hija, con el objetivo de que hubiera entendido su mensaje. Aunque con el ceño fruncido, se quedó pensativo.

Pasaron los años, mientras Pilar gozaba de una vida de poder y de riqueza, llevándola a olvidar lo que significaba la humildad y la avaricia se apoderó de ella. Por otro lado, María siguió los mismos pasos, aunque, siendo mas lista aprovechó los recursos de su esposo, llegando a controlar la situación que éste tenía. De esta forma María se hizo con todo.

En cambio Pilar, aunque se había casado con un hombre rico y poderoso, no supo hacerse con sus recursos, sin que ésta no dependiera de el en todos los sentidos. Gozaba, tenía poder y riquezas. Las joyas bailaban sobre sus brazos y las pulseras de oro resalían de su muñeca.

Pilar se convirtió en una mujer que a cada paso que daba, miraba de reojo a cada mujer que pasara por su lado, con la soberbia e ignorancia, olvidando que ella también fue una mujer humilde años atrás. Olvidó el consejo de su padre y siguió con los patrones que su madre desde niña le involucró.

Aunque la felicidad no estaba en el poder ni en las riquezas, como más adelante tuvo la oportunidad de aprender. Una noche, como otra cualquiera, esperaba con ansias a su marido en la habitación. Se había arreglado para satisfacerlo.

El cerrojo de la puerta oyó abrirse unas horas más tarde. Su marido llegó y no en en las mejores condiciones. Su marido le había dado a la botella, llegando a repetir varias veces la misma escena cada noche.

Pilar se vio envuelta en un mundo donde aparentaba ser lo que no era. Llevaba consigo dos caras. Ser feliz, cuando en realidad no lo era. Aparentar ser la pareja perfecta cuando en realidad, se estaba mintiendo a sí misma.

Estrellarse contra una pared es la mejor forma de quitarnos nuestra armadura de ego y de soberbia. A veces necesitamos un golpe para tomar conciencia con humildad lo que debemos mejorar.

Una noche, antes de la llegada de su marido. Recogió sus escasas pertenencias y marchó en dirección a la casa donde se hospedaba su padre. A sabiendas de que su madre no la entendería. Pero su padre la aceptaría tal como era en realidad.

-Toc Toc - Jaime fue a abrir la puerta y se encontró con la mirada de su hija menor.

-Papá - Es algo tarde, pero he aprendido la lección. Ahora entiendo el significado de tus palabras.

-Hija - entra. Nunca es tarde para aprender y rectificar de nuestros errores. - Padre e hija se abrazaron y lágrimas surcaron de sus ojos.









María Elena Rangel

Cuidado con lo que deseas

Sarah desde niña siempre fue una persona envidiosa y egoísta, pero la avaricia era su principal rasgo. Tenía todo lo que deseaba o necesitaba, sin embargo siempre quería más. Nada le complacía.

Una tarde, mientras revisaba en el desván de su casa, encontró una hermosa muñeca. Enseguida la quiso para sí; lo que aún no sabía es que dicha muñeca llevaba una maldición, que pronto haría de su vida un infierno.

Al instante se vio esclavizada por el macabro juguete. Cada vez que se negaba a obedecerle alguno de sus seres queridos, que si los tenía, sufría las consecuencias.

El primero fue su amado gato a quien encontró descuartizado en el jardín de la casa. Luego su novio, una de las dos únicas personas que la soportaban, sufrió un fatal accidente.

Horrorizada preguntó a la muñeca lo que pretendía de ella. El maligno ser le respondió que, en la habitación que había sido de su madre, reposaba un libro de magia que la liberaría del embrujo que la tenía prisionera en ese juguete.

Sarah no deseaba liberarla, pero la angustia de que algo pudiera pasarle a su querido padre, fue suficiente para que accediera a su petición.

Al encontrar el libro buscó el hechizo que mantenía a ese ser diabólico dentro de la muñeca. Lo recitó tal como le pidió. Enseguida todo comenzó a temblar, ráfagas de viento azotaron al caserón desatando una furiosa tormenta.

Cuando por fin regresó la calma, la magia había hecho su trabajo. Lo que el siniestro ser omitió deliberadamente era que Sarah tomaría su lugar hasta que algún incauto la liberara.









Bego Rivera

La Muñeca

   Esa mañana la familia Spencer se despertó
con los gritos de Lorena: su muñeca preferida había desaparecido. La pequeña de siete años lloraba desconsoladamente, gritaba nerviosa su nombre: 
"¡Betsy,Betsy, Betsy! "
No había manera de calmarla, sus padres y su hermana un año mayor le dijeron que la buscarían y encontrarían.
Mientras buscaban Steph, su hermana, la llamaba niña tonta y consentida, todo esto a espaldas de sus padres. 
- Eres tonta Lorena, tú muñeca es igual de fea que tú- lo decía riéndose y burlándose. 
   Tras remover y buscar por toda la casa y no encontrarla...los padres le preguntaron a Lorena sino se la llevaría el día anterior al colegio y se le olvidó allí.                                       Lorena llorando sin apenas poder hablar del sofoco les dijo que no, que nunca la llevaba al colegio.
   Su padre, Raúl, se preocupó por su hija; era médico -psiquiatra - y ya apenas hacía un mes que Bob, el perro de la familia, se había escapado no sabían cómo y su hija lo pasó muy mal...y ahora esto.                                                      Con Steph no hubo problema, solo pidió llorando cuando desapareció Bob una tablet, que sus padres le compraron.
Para intentar calmarla decidieron comprale otra muñeca a Lorena, aunque ella no quería otra, quería a Betsy .                                                Decidieron ir al centro comercial, Steph comentó que era injusto que a Lorena le compraran una muñeca y a ella nada. Empezó a enfadarse y a meterse con su hermana. El padre le dijo que a ella también le comprarían algo y cambió su actitud : de pronto sonrió.
Raúl les dijo que se fueran las tres, que él seguiría buscando a Betsy, así consiguió calmar a Lorena y que se fuera de compras.                                                Steph le miró de forma extraña (Raúl se percató) pero la avaricia pudo con ella y se fue con su madre y hermana.
    Como sólo quedaba mirar en el jardín Raúl se dirigió allí, no pensaba que estuviera ahí porque hacía mucho frío y las niñas no salían al jardín en invierno.
Dio unas cuantas vueltas, una pila de cachivaches, troncos y varios objetos más le llamaron la atención. Parecía puesto hacía poco, todo estaba cubierto de capas de hielo excepto eso. Quitó todo dándose cuenta de que la tierra estaba removida...No le hizo falta ni coger una pala, todo estaba muy cerca de la superficie. Ahí estaba Betsy, con la cabeza destrozada y el cuerpo igual. Siguió sacando juguetes rotos de Lorena. Raúl se quedó pálido cuando vio también el cuerpo en descomposición de Bob. Siguió sacando ahora huesos: gatos, pájaros, ratones...
    Raúl con su experiencia como psiquiatra recordó la mirada de Steph, rememoró otras ocasiones con sucesos inexplicables que ahora cobraban sentido.
Raúl lloró de impotencia y de no haberse percatado que su querida hija Steph era una sociópata.









Salvador Alba

Una Decisión Precipitada

Qué hambre tengo… ¡¡Uy, si ya es hora de cenar!! Venga, haré algo ligerito, a ver qué tengo en la nevera… ¡Perfecto! las sobras del puchero, haré kilo y medio de croquetas.
Primero reservo el caldo y desmenuzo el pollo, lo troceo lo más fino que puedo cortando como lo hace Arguiñano, con movimientos firmes y suaves de muñeca y añado los condimentos.
Ahora me dispongo a hacer la bechamel: añado harina, leche… y a remover como si no hubiera un mañana.
Ufff, tengo el brazo reventado, no veas cómo me duele la muñeca, y eso que llevo dos minutos.
¡¡Joder!! Tengo el brazo hecho mierda, y esto no espesa. ¡Puta avaricia! Tendría que haberme comprado una batidora eléctrica.
Hora y media después…
Ya, ahora a reposar la masa. Mañana será otro día. Comeré una tortillita francesa, que se hace más rápido. Si hubiera empezado por ahí, habría terminado antes. ¡Anda, otra vez a batir! Paso, caliento una pizza, que estoy molido.









Guillermo Arquillos

Brígida y Marcial

—¿No te habías muerto? —le dijo a Brígida.
—Sí, estoy muerta. Sí.
—Y entonces, ¿qué haces aquí? —preguntó Marcial, extrañado—. Tú, donde tendrías que estar es en el infierno ¿no? Al fin y al cabo es lo que te mereces, por tu avaricia, por tu egoísmo. Porque nunca diste un duro para ayudar a nadie.
Brígida fue la mujer más fea que vivió en Solazno. Hasta primeros de siglo, aquellas casas estaban habitadas por cientos de personas. Pero ahora, aparte de Marcial y de los lobos que bajaban de vez en cuando por las torrenteras, la aldea estaba casi vacía.
Una de las últimas mujeres de Solazno fue Brígida. Pero ella no se fue a Alicante o a Gandía, como los demás. Se marchó al otro mundo: había dejado una nota de suicidio y desapareció. Nunca encontraron su cadáver.
Marcial estaba desolado viendo cómo Brígida era tan avara que permitía el sufrimiento de Elena, la sobrina de aquella mujer, una pequeña muñeca de seis años. La niña tenía una enfermedad rara, que Marcial nunca supo cómo se llamaba, y que le causaba un dolor insufrible. Pero la tía no estaba dispuesta a pagar ni un euro por un tratamiento que no cubría la sanidad pública y que su padre no podía costear.
Eso sí, de vez en cuando le compraba caramelos. Medicinas, no: porque eran caras; caramelos sí: porque eran baratos y hacían que a la pobre cría se le iluminara los ojos.
Su hermano Antón estuvo a punto de darle una paliza a Brígida en dos o tres ocasiones. Cuando murió el padre de ambos y dejó la casa y todas las tierras a Brígida, Antón tuvo un ataque de celos contra su hermana. Hasta la enfermedad de Elenita no se volvieron a hablar y eso fue porque Marcial, que era amigo de ambos, los puso en contacto por si se podía hacer algo por aquella chiquilla.
Imposible. La tacañería de Brígida le impedía compadecerse de aquel ángel que se pasaba los días en su pequeña cama. Tampoco tenía humanidad hacia su propio hermano que, ya viudo, vivía casi sin recursos de una minúscula paga y de lo que daba el huertecillo de detrás de su vieja casita.
Y el tiempo pasaba. Y la lluvia llegaba. Y apretaba el calor algunos días y Brígida solo se acercaba por casa de Antón para besar a Elenita en su cama y llevarle caramelos. Ni una maldita gallina mató para hacer un buen caldo.
Un día, aquel ángel se murió. Los pocos que quedaban en la aldea, tuvieron que bajar a la parroquia de Hóllego para llorarla en su cajita blanca, porque la capilla de Solazno estaba casi derruida.
Antón ya no volvió a subir a su casa. Desde la puerta de la iglesia, se marchó. Alguien contó que, con el tiempo, había prosperado en Alcoy poniendo un pequeño comercio que iba haciendo más y más grande.
—¿Es que en el infierno tampoco te querían? —se reía Marcial del espectro.
Pero el fantasma de Brígida bajaba la cabeza y se callaba.
—Siéntate mujer, que el infierno debe quedar muy lejos y estarás muy cansada viniendo desde allí.
Ella se quedó de pie. Sus faldas largas rozaban el suelo y su cara deforme y sin vida le daba un aspecto triste. «Brígida —pensó Marcial—, es una muerta muy fea y muy triste».
—¿Y para qué has venido por aquí? ¿No estabas mejor en el más allá?
Dio la impresión de que la aparecida sopesaba sus palabras con cuidado.
—Necesito saber algo. Hasta que no lo sepa, mi alma estará vagando por este mundo, sin tregua ni descanso. Estoy atrapada en el tiempo mientras veo cómo todos los muertos alcanzan la vida eterna. El sufrimiento es horroroso.
—Pues tú me dirás, Brígida, en qué te puedo echar una mano…
Y el espectro explicó a Marcial lo que necesitaba saber y cómo podía ayudarla.
Al rato, el fantasma se marchó y Marcial pudo respirar tranquilo.
Se sentó ante la chimenea, se encendió un cigarrillo y empezó a jugar con el machete que le había dejado Brígida y que tenía clavado en su cuerpo —según le dijo—. La mujer había muerto asesinada con aquel machete y debía saber quién la mató para poder ir al otro mundo. Le contó que la acuchillaron de noche y por la espalda y que no sabía quién había sido.
Pasaron unos minutos. Marcial se levantó, abrió el baúl de la sala y puso allí el machete. Lo colocó junto a la azada y la pala que había utilizado para enterrar el cuerpo de Brígida.
Luego cogió el álbum de fotos y, con los ojos llorosos, se puso a revisar las imágenes de su hija Elena: la muñeca que el tonto de Antón siempre había creído que era de su propia sangre.









Eelynn Cuellar

Colección

Nunca he sido capaz de conformarme con lo que me daban, desde siempre la avaricia se apoderó de mi, y siempre quería más y más. Esto me trajo demasiados problemas cuando niña, hacía tremendos berrinches cuando a alguien le daban un trozo de pastel más grande, o cuando la carne de otro plato era más jugosa, o cuando a mi me daban un regalo menos que a mis hermanos... Siempre fue el mismo problema; siempre lo mismo. Era avariciosa o quizá realmente sabía lo que merecía.

Esto con el tiempo ayudó a que comenzara a coleccionar diferentes objetos, porque entre más tenía, más quería.

Lo recuerdo cómo si fuera ayer, a pesar de que han pasado demasiados años. Mi abuela me regaló su colección de muñecas de porcelana, a pesar del tremendo berrinche que hizo mi hermana pequeña, ella confiaba que yo cuidaría ese gran regalo y con el tiempo lo haría crecer. No estaba equivocada. Me ha costado mucho tiempo y esfuerzo, pero es única mi colección en todo el mundo. Ya hasta aparezco en el récord Guinness por la cantidad y variedad que poseo. A este paso en casa ya no entra una muñeca más y si deseo seguir con ella debía considerar mudarme a un lugar más amplio, buscando en el periódico vi una imagen que me hizo cambiar de parecer. Estaba absorta... Maravillada por lo que mis ojos observaban y era la idea perfecta para iniciar un nuevo proyecto.

No sé cómo no lo había recordado, Claudia en Entrevista Con El Vampiro intentó hacer algo parecido, la ventaja que tengo sobre ese personaje, son los avances científicos y médicos que están al alcance de la mayoría con solvencia económica. Mis muñecas de porcelana pasarán a otro nivel, y como siempre yo tendré más que cualquier otra persona.









Singrafista


Era tarde y tenía que salir. No encontraba las bragas que se había quitado. Por más que buscaba por la habitación no había forma de que aparecieran.
Se quedó mirando al estante de las muñecas, tal vez ellas hubieran visto el lugar en el que cayeron.
No recordaba muy bien cuándo ocurrió. Tampoco sabía si fue ella o él quien las bajó con las prisas del momento, estaba demasiado impaciente por que la empujara contra la pared, pero no acababa de hacerlo.
Fue ella la que tuvo que tomar las riendas y hacer los honores del saludo recibido.
Las bragas, no podía dejarlas en cualquier lugar. Nadie iba a encontrarlas, ni tampoco había riesgo de que se perdieran, simplemente algo no estaba en su sitio.
Tras mucho buscar, tuvo que asumir que alguien debía tener un trofeo suyo.
Cerró la puerta y se dirigió corriendo al lugar en el que su amiga esperaba.
Cuando pasó por la ventana, volvió a sentir la llamada de aquellas muñecas que giraban la cabeza a su paso. Recordaba haberse llevado ya varias de ellas, que la saludaban todos los días desde la estantería, pero la avaricia pudo más que nada. Abrió el bolso y metió dentro otra muñeca dentro.
Al cerrarlo fue cuando recordó que el día anterior había decidido salir sin bragas.









Freya Asgard

Muñeca

Aquella muñeca era muy deseable, era la reina del club, la mejor bailarina exótica del lugar, los hombres morían por ella y se peleaban por poseerla cada noche. El mejor postor era el que se la conseguía. 
Ella lo hacía por avaricia. El dinero era lo más importante para ella, no le importaba lo que tuviera que hacer para conseguirlo. Quería ser millonaria antes de los treinta, retirarse a su pent-house y vivir de las rentas. 
Lo que ella no esperaba era que un obsesionado fans, al conocer sus planes, acabara con su vida y con sus sueños.
A nadie le importó. 
Su dinero fue donado a los pobres y los hombres escogieron a otra muñeca.









Katty Montenegro

Pérdida

El padre de Elizabeth llegó corriendo.
—Usted conocía el pasadizo —meditó Rosemary.
El hombre no contestó, se acercó llorando al cuerpo de su hija.
—Muñeca... —susurró abrazándola.
La pareja se miró y se abrazó. Ninguno sabía que hacer ahora. Tenían que dar aviso de esto, pero temían las consecuencias.
Ellery fue a hablar con el oficial a cargo del caso y Rosemary regresó a casa con Caroline. La recibieron con preocupación y amor. Una vez más tranquila, decidió acompañar a su esposo.
—Le están tomando declaración a Ellery. Un grupo ya fue al lugar a recoger evidencia —informó uno de los policías cuando llegó a la estación.
Rosemary no contestó, se echó a llorar. Un sonido la hizo levantar la vista, era el hombre a cargo del caso de Caroline.
—Soñora, que bueno que está aquí, necesito hacerle unas preguntas —pidió con voz dulce.
Pese al acto que la pareja había cometido, el tenía un gran cariño por la familia, y sabía que Elizabeth había cometido un error muy grande.
—Claro —contestó la mujer con voz apenas audible.
Ellery apareció en ese momento y se apresuró a llegar hasta ella. La abrazó por los hombros a modo de contención y le dió un beso en la cabeza antes de que se fuera a declarar.
Una hora mas tarde llegaron a casa con noticias esperanzadoras. Pese a que debían investigar un poco más, lo que habían hecho se consideraba en defensa propia, en defensa de la familia, por lo que tenían todas las de ganar.











Gracias por leernos y como vieron, muchas historias de géneros y estilos diferentes, espero los hayan disfrutado y pues ya saben en unas semanas la recopilación mensual del mes de marzo y la siguiente quincenal con la semana 11 y 12.

Besitos!!!








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