Freya Asgard
FIESTAS PATRIAS EN FAMILIA
―Este año no habrá fondas ―le dije a mi esposo―, vamos a tener que celebrar las Fiestas Patrias en familia.
―Yo voy a ir donde el Esteban, ahí nos vamos a juntar.
―¿Y van a ir todos?
―Obvio, total, somos cinco, más el Esteban que es el dueño de casa, estamos justos para celebrar el 18 sin problemas con la ley.
―¿Y qué día se van a juntar?
―El jueves diecisiete, como ese día nadie trabaja… Yo me vengo el veinte, el domingo como a las cinco para descansar, el lunes me toca trabajar.
―¿Y nosotros?
―Anda donde tus papás, igual allá no me quieren.
Yo acepté, todos los años era lo mismo, solo que, en vez de juntarse en casa de uno de ellos, se iban de parranda por ahí.
El jueves previo a los festivos, se me ocurrió hacer una cena para celebrar antes de que se fuera, al menos para estar juntos un rato.
―Yo creí que te ibas a enojar porque me voy.
―No, ya estoy acostumbrada ―respondí sin más―. Igual mañana me voy a ir donde mis papás a pasar todos estos días, pero yo creo que me vengo el lunes con los niños.
A las ocho serví la cena. Yo no sabía hacer asado a la parrilla, así que lo hice al horno. Los niños solo comieron choripán; yo, ensaladas con un pedacito de pollo; él comió de todo, carne, prietas, longanizas, pollo, chuletas, ensalada de papas, tomate con cebolla, pebre. Yo lo miraba comer, eso explicaba muy bien la barriga que tenía y el sobrepeso, rayando en la obesidad.
A eso de las once de la noche, comenzó con dolor de estómago y se vació en el baño. Pasó casi toda la noche en el baño. Al día siguiente, no fue capaz de levantarse. Les avisó a sus amigos que no iría. Le di pollo con arroz, comida de enfermo. Igual no lo resistió, todo lo que comía terminaba en el baño.
El fin de semana con sus amigos quedó en nada.
El domingo despertó mejor, ya no tuvo diarrea, quizá, porque ya no le volví a echar laxante a su comida.
Laura Serrano
Hora de la cena
Evelyn estaba sentada a la mesa, golpeando incesantemente sus pies contra el suelo. Ahora, con casi treinta años, no recordaba la última vez que había esperado algo con tantas ansias.
La última vez, piensa, fue cuando estuvo atrapada en aquel transatlántico. El barco casi acababa su viaje (y sus reservas de comida) cuando una pandemia paralizó al mundo. Los retuvieron en el mar por días, sin posibilidades de recibir provisiones.
Como recién casados, Evelyn y su esposo disfrutaron de un maravilloso mes de luna de miel hasta que la tragedia les cayó como un cubo de agua fría. Tras dos días sin comer, salieron una noche a asaltar camarotes vacíos. Como un milagro, encontraron a un adolescente ahorcado en su baño, había subido sin ningún adulto que le acompañara. En lugar de correr espantados, ambos se miraron y asintieron. Sabían que, si hablaban, perderían esa oportunidad de acallar el hambre voraz.
Esa noche comieron como reyes, e incluso compartieron algo con sus compañeros. No estaban orgullosos, pero, en ese momento, les pareció lo correcto.
“Hora de la cena,” dijo su esposo, devolviéndola al presente.
Evelyn lo observó acercarse a ella con una gran bandeja en las manos y sonrió ampliamente. Recorrió sus labios con la punta de la lengua y lo ayudó a colocarla en la mesa. Su esposo se sentó frente a ella.
"Demos las gracias," dijo Evelyn.
Su esposo comenzó, "gracias, Sonia. Por obligar a tu hijo a escapar de casa. Gracias, Patrick, por dejar una conveniente nota a tu madre antes de tocar a nuestra puerta."
Ambos se dedicaron una sonrisa y engulleron el plato como animales. Era la primera vez que comían carne “especial” desde aquel incidente, hacía casi un año. Habían intentado reprimir ese deseo, pero no paraba de crecer. Así que, ¿por qué negarse?
Evelyn Cuellar
Dulce Aniversario
Cada vez que entro a la cocina, en casa halagan mi sazón, pero la verdad es que solo de pensar en las horas invertidas de pie y el tiradero que siempre queda, es que no tengo la menor idea qué demonios hago pero utensilio, cacerola, sartén, platos o tupper que se me atraviesa, terminan sucios... No se salva nada y después tener que lavar el trasterío es que lo recuerdo, del porqué no lo hago con más frecuencia.
Por eso pocas veces me pongo en plan chef, soy afortunada de tener las posibilidades económicas para que alguien haga el trabajo sucio por mi.
Aunque hoy es un buen día, tengo el pretexto perfecto para que no me importe todo el trabajo extra que conlleva esta actividad.
Cumplo diez años de un muy feliz matrimonio al lado de un buen hombre que me ha dado el mejor regalo del mundo: que son mis dos pequeñas.
Un botella de un buen vino, lasaña con ensalada —que es su comida favorita— y de postre pastel de tres chocolates, que es una de mis especialidades y además fue el mismo que se sirvió en nuestra boda, solo que ahora tendrá uno... En realidad dos ingredientes extras, le pondré amaretto para ocultar un poco el olor del cianuro.
Hasta hace una semana creí estar felizmente casada con un buen hombre desde hace diez años, pero vi al maldito desgraciado salir de un hotel acompañado de su secretaria, una que por cierto no me cae bien —ya después me haré cargo de ella—, por el momento debo concentrarme para preparar la mejor cena del mundo, su última comida tiene que ser inolvidable, de eso me aseguraré.
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