miércoles, 19 de octubre de 2022

(Recopilación) Yo Escribo 52 Historias BFD - Semana 37 y 38 by Varios Autores

 
Yo Escribo 52 Historias 2022


Semana 37 - Olvidar/Nervios
Semana 38 - Viento/Razón



Varios Autores


Neus Sintes, Salvador Alba, Eelynn Cuellar, María Elena Rangel, Freya Asgard, Katty Montenegro

Hello, hello!!!


Y aquí está una nueva recopilación quincenal donde 6 autores han escrito una pequeña historia (algunos en continuación), para cada semana, por lo que tenemos 12 grandes historias, donde tenemos las palabras Olvidar/Nervios y Viento/Razón para las semanas 37 y 38.















Neus Sintes


Los exámenes se me venían encima. Tenía los nervios a flor de piel. No sabría definir con palabras el mal trago que tuve que pasar cuando por fin el primero de muchos otros, llegaron. Tuve que cerrar y centrarme en la hoja que el profesor me había puesto delante. Tenía a ambos lados a mis otros compañeros y a algunos los veía tranquilos, otros concentrados mirando su hoja y otros, con los que más me identificaba, mordiendo el bolígrafo de lo nerviosos que se encontraban.
Mi mejor amiga me miró por un instante desde la otra esquina. Arrugó el ceño, a sabiendas de que me decía que me olvidara de todo y me centrara en lo que yo sabía. Pensé en los días anteriores, en lo que había estudiado y preparado para poder aprobar y no estar como estaba; tal vez otros tuvieran motivos para estarlo, pero yo no.
Salí del aula, entregando el exámen terminado. Al cabo de una semana sabría la hora de la verdad. El esfuerzo había valido la pena. Un notable delante de mi tenía constancia.









Salvador Alba

«No la quiero olvidar»

No quiero olvidar su nombre, su rostro, su cabello, la forma de moverse y de sonreírme, las ganas con las que me miraba. Tampoco quiero olvidar cómo me hizo sentir, los besos que me dio, el placer que me regaló.
No tenía nervios, se notaba que no era la primera vez que lo hacía, y cómo lo hacía… Le ponía tanta pasión que parecía que yo era el hombre de su vida. Daba gusto verla dar vueltas desnuda por la habitación, la belleza que desprendía, y la alegría.
No la quiero olvidar, sobre todo porque me robó la cartera y dentro tenía la única foto de mi difunta madre.









Eelynn Cuellar

Noche Agitada

Ayleen sigue corriendo lo más rápido que puede, sus músculos le queman, pero lo único que sabe es que no puede ni debe detenerse. Algo irracional si lo piensa un poco, solo sabe que debe huir y dejar atrás aquello que le atemoriza.

No recuerda nada, absolutamente nada, aunque sus nervios son un indicio claro de que algo muy malo ha ocurrido. Es una suerte que lo haya olvidado, y tampoco lo tiene muy en claro si tiene que olvidar alguna cosa.

El aliento se le está acabando y sus pulmones ahora también le molestan, las piernas comienzan a fallarle, sin embargo no quiere flaquear y sigue corriendo lo más deprisa que puede.

No había reaccionado que en esta carrera sin sentido que lleva no se ha cruzado con nadie en su camino. Viviendo en una ciudad tan poblada que sin importar la hora que sea, siempre hay actividad. Ni una persona o automóvil se ve cerca, agudiza sus sentidos y lo único que se escucha es el retumbar de su corazón que amenaza por salir en cualquier momento de su cuerpo.

Se permite un pequeño descanso e intenta respirar por la nariz para recuperarse lo más rápido posible y poder continuar su escape, tan solo fueron suficientes unos minutos y a la segunda zancada tropezó con una piedra, no fue capaz de meter las manos y su rostro amenaza con besar el pavimento. 

Con un fuerte dolor de cabeza, Ayleen abre los ojos confundida, parpadea varias veces para tratar de despejarse, su supone que debería estar besando el suelo y no una alfombra, su alfombra. Algo muy feo debía estar soñando, pocas veces tiene pesadillas, o por lo menos que recuerde, siempre le han dicho que ella no se duerme, se muere debido a que es de esas personas que así como se acuesta, se despierta en la misma posición y debía estar muy agitada para que se cayera de la cama. Aún con la vista nublada y la cabeza como sumergida en una niebla, cuando logra ponerse de pie se da cuenta que anoche no durmió sola, junto a ella, en el suelo ve su peor pesadilla, ella fue capaz de... de... y lo toma entre sus manos, ella nunca imaginó que pudiera ser capaz de hacer algo como aquello.

Suelta un grito que le lastima su garganta y cuando se abre la puerta, su madre también grita y se desmaya. Ayleen corre a su lado para comprobar que se encuentra bien y después atenderá el otro asunto.

Observa la navaja entre sus manos, la ve con admiración ya que parece antigua.

Se acerca al cuerpo.

—Oye, despierta chico... Despierten chicos —los sacude a ambos al ver que no reaccionan—¡Vamos, no me hagan esto!

Comienza a levantar el reguero de ropa y los empaques de aluminio regados por todo el suelo. Se dirige al baño y llena un vaso de agua, uno que utiliza para despertar a sus invitados y se marchen antes que su madre recobre el conocimiento o su padre o hermanas aparezcan en su habitación… jamás había invitado a un chico y mucho menos a tres al mismo tiempo, mientras ellos despiertan se deleita unos segundos con tremendos traseros.

—Creo que eso me pertenece —uno de los chicos le señala la antigüedad que tiene en las manos—, sí estás de acuerdo, en la noche regreso por ella y continuamos donde nos quedamos.









María Elena Rangel

Ni te Cases, Ni te Embarques

¿Cómo pude olvidar que hoy es martes 13? Pensar que debía salir a la calle y lidiar con toda esa gente que sufría de trezidavomartiofobia (miedo irracional al martes 13). Pero ni hablar, tenía que entregar el proyecto en que había estado trabajando durante todo el mes, así que  haría de tripas corazón, y saldría a enfrentar a tanto insensato que existía en este mundo.
Caminaba tranquilo rumbo a mi oficina cuando, de un oscuro callejón salió a la carrera un pequeño gato negro; al verme se agazapó asustado, temblando de los nervios. Me acerqué con sumo cuidado, le hablé muy suave, con mucha ternura, hasta que se calmó y me dejó acariciarlo; daba la impresión de haber recibido mucho maltrato en su corta existencia. En serio me indignaba la gente ignorante e insensible.
Con mucho amor lo tomé entre mis brazos llegando a la firme decisión de adoptarlo, así no tendría que pasar trabajo en las calles. Como no podía devolverme a mi casa, lo llevé conmigo a la oficina mientras cumplía con el encargo que debía entregar.
―¿Qué traes ahí? ¿Un gato negro? ¡Y hoy, martes 13! ¿No sabes qué es de mala suerte? ―preguntó horrorizado mi socio ―¡Sácalo de aquí!
―¡No seas absurdo! No lo voy a tirar a la calle. Si quieres vete tú.
Mi socio sabía que hablaba en serio, así que tomó sus cosas y salió bufando, irritado, soltando quien sabe cuántas barbaridades por esa boca. Yo sonriendo miré a mi nuevo amigo.
―No te preocupes amiguito, son las personas como él las que de verdad dan mala suerte. No sé cómo todavía lo aguanto.
El minino, como si hubiese entendido, por toda respuesta me dio un afectuoso y tierno “miau”.









Freya Asgard


Debo decir que los nervios se apoderaron de mí cuando no pude salir, ¿qué se suponía que era eso? ¿Acaso estaba cautiva, secuestrada… muerta?
Miré a mi fantasma.
―Dime qué es esto. ¿Por qué no puedo salir?
―Porque no volverás a irte sin que hayamos conversado.
―No tengo nada que hablar contigo.
―Claro que sí, debemos aclarar esto.
―Mira, tú me trajiste aquí abajo para contarme nuestra historia, pero resulta que ahora me dices que no hay historia. ¿Quién te entiende?
―Lo nuestro es complicado.
―¿Lo nuestro? Creo que nunca ha existido “lo nuestro”.
―¿Entonces olvidaste lo que hemos vivido aquí en todo este tiempo?
―¿Cómo podría olvidar el peor error de mi vida? ―espeté muy, pero muy enojada.
Él desapareció, la puerta se abrió y el frío de la calle caló mis huesos.
―¿Ahora sí me puedo ir?
―Sí ―contestó y se apareció en la esquina del salón―, aunque no será necesario, el que se va soy yo.
―No podrás volver ―le recordé.
―Es la idea. Esta es tu casa y soy yo el que sale sobrando.
―No puedes irte.
―¿Y tú sí?
―Yo puedo volver cuando quiera.
―¿Y si un día decides no regresar?
―Entonces te vas ―repliqué. 
―Sí, será lo mejor.
―¿Por qué no me quieres contar de nosotros?
Él suspiró.
―No enciendas velas en el ático, hay luz eléctrica y ventanas. Cuídate mucho.
Y desapareció. Así. Sin más. Simplemente se fue. No era la primera vez que vivía sola, pero sí la primera en la que me sentí desolada. Fui a la cocina y ahí estaba mi taza de café lista para ser servida. Me lo serví y me fui a mi escritorio. Si no escribía me volvería loca. Necesitaba sacar afuera todo lo que sentía. No lloré. Nadie se merecía mis lágrimas, ni siquiera mi fantasma, del que ni siquiera supe su nombre.









Katty Montenegro

Fiestas Patrias

¿Cómo olvidar la última vez que fui a las ramadas? 
Cada año, sin falta, se ubicaban en el mismo lugar para Fiestas Patrias. Eran muchos locales, uno al lado del otro, que tenían distintas cosas a la venta y actividades. Algunas vendían comida y bebidas, otras tenían juegos típicos, unas vendían monerías y chiches, hasta ropa se podía encontrar en ese lugar. Y muy cerca de allí, vendían los licores tradicionales del país, mi favorita era la chicha.
Desde pequeña iba sin falta al menos una vez durante las festividades, aunque solo fuera para mirar. Y así fue ese último año. ¿Cómo iba a saber que no volverían al año siguiente? 
Di por sentado que regresarían y por tanto, no las aproveché al máximo. Sólo fui dos días, uno con mi mamá a comprar chicha y otro con mi pareja a jugar. Compré un poco de chicha y no comí en sus restoranes ningún día. Lo único que disfruté al máximo fue mi juego favorito, y regresé a casa con un enorme peluche que le dieron a mi pareja como premio, pero nada más. Cuando terminaron las Fiestas Patrias, quedé con gusto a poco y me prometí que al año siguiente iría más veces. 
Maldita pandemia. 
Las primeras Fiestas Patrias luego de que llegara la enfermedad a nuestro país, estuvimos en cuarentena, no pude salir ni a celebrar con mis papás. Hicimos un asado en casa con las pocas cosas que conseguimos y nada más. El segundo año dijeron que las ramadas abrirían con aforo reducido, pero solo llegaron unos pocos puestos, nada muy interesante, mi juego favorito no estaba y los vendedores de chicha no pudieron llegar a la ciudad. 
Fueron dos años sin celebrar, pero a mí me parecieron ocho.
Este año regresaron en gloria y majestad. Ayer fuimos a comprar la chicha y dimos el puntapié inicial a la celebración con un rico asado familiar. Y hoy, por fin, iré a las ramadas. Podría decir que tengo un poco de nervios, pero sería mentira, soy todo un manojo de nervios. Es que de verdad las extrañé. Por eso, está vez iré cada día. Planeo comer, tomar y jugar por todo lo que no pude en pandemia. Esta vez no daré nada por hecho, está vez disfrutaré a concho estos cuatro días y celebraré a lo grande el cumpleaños de mi patria.  
¡Viva chile mierda!














Eelynn Cuellar

La Boda

Un fuerte viento sopla aquel atardecer, la falda de su vestido se agita vigorosamente y debe ralentizar sus movimientos si no desea tropezar.

La noche empieza a caer y un manto estrellado ilumina su camino. Intenta sonreír, aunque sus padres intentaron persuadir, convencerla, de que entrara en razón y no lo hiciera, Susan siguió su corazonada y con mucha ilusión se calzó ese vestido blanco que con tanta ilusión escogió entre miles.

Con pasos decididos caminaba sola, algunos dirán que con altivez, ella estaba feliz, orgullosa y decidida, eso se notaba en su andar. Se detiene un momento al percatarse de una pequeña mancha que le quita el blanco impoluto a su vestimenta, no tiene tiempo para intentar solucionar ese pequeño problema, por lo que estratégicamente coloca el ramo para camuflarla.

Una rivalidad entre familias no fue suficiente para hacerla cambiar de opinión, Susan sabía quién la iba a esperar al final del pasillo, junto al altar y es por eso que no cambió de opinión a pesar de la presión que su familia estaba ejerciendo sobre ella, pero las cosas cambiaron, cuando fue a buscarlo a la habitación del hotel donde se preparaba para la boda, y lo encontró follandose a su mejor amiga, en ese instante no dudo ni un momento y acabó con los infieles.

Debía aparentar ante los demás, con el corazón destrozado caminaba por el jardín hacia la pequeña capilla donde se celebraría la ceremonia, aunque se llevó tremenda sorpresa cuando vio a su prometido en el lugar que dijo que se verían.

Era imposible, él estaba muerto, ella lo había asesinado junto a Martha, se detiene en la entrada y Martha corre a su lado para ayudarle. Le acomoda algunos mechones de cabello y coloca bien el velo.

—Susan, debiste dejar que te ayudara a arreglarte, te ves... —Martha encuentra con la mancha roja en el vestido—, ¡Válgame Dios!, hasta el labial llegó aquí —con un pañuelo desechable y un poco de saliva, intenta limpiar—, pero mujer eres tan necia que de seguro ni los lentes te habrás puesto, si ya sabes que sin ellos no ves más allá de tu nariz...









Neus Sintes


Hermosa belleza negra que corre libre con su melena ondulada con el viento contra su esbelto y radiante rostro.  Corre, sé libre ahora que puedes, escápate de aquí, huye, aunque a mí me duela en el alma. No quiero verte sufrir más por culpa de aquéllos que no saben apreciarte como un caballo verdadero, fuerte de espíritu y de alma. Valiente y guerrero que no te has dejado domar por ninguno de ellos, sólo por mi un niño de apenas 10 años. La rabia les consume y te lo hacen pagar a ti mi dulce y guerrero caballo «Furia».
Los ojos negros y brillantes del caballo miraban al niño desconcertado. El, Furia, no pensaba irse sin aquel niño. Aquel niño que le había proporcionado alimento y bebida a escondidas, aquel niño que lo había cuidado como otros no hicieron. Le había curaba de todas las heridas que los demás varones le hacían con su látigo para intentar domarlo; pero el Furia no se dejó. Sólo por Iván, un niño que le proporcionó calor y le arropó con su cariño y lealtad.
-Algún día vendré a por ti y juntos nos escaparemos de este rancho maldito, pero antes me tengo que vengar de aquellos que tanto daño nos han hecho - le respondió Iván, sollozando.
Furia hizo una negación con la cabeza e inclinándose hacia abajo hizo un ademán al niño para que subiera mirándolo con una mirada de pánico y terror, pero de peligro y amor a la vez
– Esta bien, tienes razón, Furia. No esperaré. No esperaremos más. Tengo miedo, pero juntos nos adentraremos en un mundo peligroso, tal vez no tan cruel como el que hemos tenido que vivir. Y aferrándose a su caballo, se fueron corriendo a un mundo desconocido pero huyendo de un rancho del que nadie volvió a verlos jamás.









Salvador Alba

«El resplandor del cráneo rojo»

Soplaba viento de popa, nos adentrábamos en altamar a toda velocidad en busca del navío que nos había traicionado, la Dinastía, al enviarnos a una emboscada de la que conseguimos salir indemnes sacrificando al resto de la flota y a la mayoría de mis hombres, quienes nos defendieron hasta las últimas consecuencias.
Atrás dejábamos la luz del infierno flotante en que se había convertido la que iba a ser la unión de los dos clanes para adentrarnos en la noche más oscura. La mar solo estaba iluminada por las estrellas, y conforme nos acercábamos a la luna parecía ir desapareciendo.
Navegábamos a ciegas, solo sabíamos el rumbo, pero no conocíamos aquellas aguas, solo nos guiábamos por la dirección en la que huyó nuestro guía y traidor.
La noche comenzó a tornarse roja; primero el cielo se cubrió de nubes carmesí, reflejándose en el mar, y luego el horizonte perdió la oscuridad de la noche que aún se vislumbraba.
Estábamos casi toda la tripulación en la cubierta, mudos, aterrados. Nunca habíamos visto nada igual, los atardeceres no tenían ese efecto envolvente, hasta nosotros parecíamos estar teñidos de color sangre.
—¡Barco a la vista!
El silencio se mantuvo hasta que ordené aminorar la velocidad, y cuando tuvimos el barco a la vista, se tornó en el silencio más absoluto, el de la muerte. Entonces me dirigí a la proa, sintiendo de primera mano el terror de lo extraño. La nave Dinastía, a diferencia de la nuestra, no estaba teñida por el resplandor rojo, lucía el color negro de madera quemada, sus velas apenas se apreciaban de lo deterioradas que estaban, parecía abandonada hace décadas. Sabía que habíamos dado con nuestros traidores por su mascarón de proa, en forma de niña angelical, que ahora había perdido todo su encanto.
No se apreciaba rastro de la tripulación y ordené que se acercaran para abordarlo con precaución, no entendíamos el motivo por el cual un navío que joven pudiese quedar en ese estado en tan poco tiempo.
Cuando ambos barcos estuvieron asegurados el uno con el otro yo lideré el grupo que exploraría el interior. Una vez dentro, todo tenía un aspecto similar, olía a humedad y a madera quemada reciente a la vez, cosa que nos confundió. Seguimos recorriendo pasillos sin dar con nadie, hasta que llegamos al final del almacén de carga, allí había un esqueleto humano, sentado en una silla imperial también quemada rodeada de cachivaches metálicos tiznados que intuía tesoros de tiempos pasados.
Nos detuvimos contemplando aquel impoluto cadáver, cuyo cráneo estaba teñido de sangre. Justo cuando iba a ordenar examinar los tesoros, la cadavera abrió la boca emitiendo un sonido gutural que hizo que mi tripulación perdiera la razón, y empezaron a gritar sin sentido y a dar vueltas de un lado para otro. Completamente aterrado, yo también comenzaba a enloquecer, y me alejé esquivando a mis hombres, que hacían lo posible por morir, unos se apuñalaban las entrañas, otros se golpeaban la cabeza contra la eslora y otros parecían estar poseídos por una ira incontrolada que les hacía golpear a los suyos hasta la muerte.
Logré salir y el panorama afuera era igual, incluso en mi nave, aquí tampoco dejaba de oír el grito del cráneo, que estaba a punto de romperme los tímpanos.
No vi otra solución y volví a bajo espada en mano para acabar con el esqueleto diabólico.
Todos estaban ya muertos, algunos agonizaban y el esqueleto se calló al verme. Me acerqué y alcé la espada con todas mis fuerzas preparando un golpe que partiría el cráneo en dos, pero volvió a gritar, esta vez me estallaron los tímpanos con un dolor que hizo retorcerme en el suelo, en absoluto silencio para el resto de la poca vida terrenal que me quedaba. Luego noté calor, cada vez más, hasta que se hizo insoportable.
Cuando la madera comenzaba a arder, traté de subir las escaleras soportando el dolor que me atenazaba, pero antes eché un último vistazo al esqueleto, este estaba al rojo vivo y su boca desprendía una luz cegadora. Logré asomar la cabeza a la cubierta, rabiando de dolor por las llamas, y mi nave ardía profusamente, al igual que todo lo que me rodeaba.
El último recuerdo de mi muerte es el de retorcerme y dejar de sentir a causa de tanto dolor.
Luego desperté, y no de un sueño, pero esa es otra historia.









María Elena Rangel

El que Ríe de Último…

Todas aquellas personas, conocidas y extrañas, me pedían que entrara en razón. Era muy peligroso navegar en esa época del año, el viento era impredecible y podía tornarse inmanejable. Por supuesto, no les hice caso y me fui mar adentro, sin mirar atrás, alegando que era una experta timoneando mi hermoso y costoso velero.
Sabía perfectamente que se acercaba una tormenta, aun así, seguí adelante ya que contaba con ella, era parte de mi plan. Unas horas después el anunciado temporal golpeó con fuerza durante varias horas; una vez hubo pasado, al no tener noticias de mí y de mi velero salieron las cuadrillas de rescate en mi busca. Al anochecer dieron con el destrozado velero, buscaron por los alrededores durante mucho tiempo, pero no había ningún rastro de mi paradero. Veinticuatro horas después, tras la infructuosa búsqueda, declararon de forma oficial mi muerte, no había manera de que hubiese sobrevivido.
Un mes después, cuando el asunto quedó casi en el olvido, salí de mi escondite dispuesta a iniciar mi nueva vida lejos de él, mi prometido, quien planeaba mi lamentable accidente una vez casados, en la luna de miel. No contaba con que yo había escuchado la conversación que tuvo con su amante, la mujer a quien de verdad él amaba, donde le narraba con lujo de detalles como se desharía de mí, y luego, cuando mi fortuna pasara a sus manos se casaría con ella, y disfrutarían de la vida que siempre habían deseado.
Mi idea original era marcharme lejos, pero pronto la ira hizo presa de mí. Aproveché una salida de la dichosa pareja, entré en la casa con mucho cuidado de no dejar huellas, ni ninguna pista. Llegué donde mi querido ex prometido guardaba el brandy, su bebida favorita, y vacié una enorme cantidad de veneno.
Al día siguiente las sirenas de la ambulancia y la policía no se hicieron esperar. El desgraciado estaba muerto, y su amante camino a la cárcel como la única culpable de su asesinato. Sus huellas dactilares estaban por toda la botella del licor.
Sonreí con satisfacción, ya encontraría la manera de regresar para disfrutar de mi fortuna y mi vida de nuevo, sin cometer el error de enamorarme otra vez.









Freya Asgard


Aquella tarde gris me dirigí al aeropuerto con mucha angustia en el corazón. Era la última oportunidad para cambiar mi vida.
Sabía que el viaje no sería fácil, no era la primera vez que viajaba y sabía que se me haría muy complicado con mi peso, me dolía todo. Las tres horas que duraba el vuelo fueron un suplicio para mí, pero en aquella oportunidad había un plus, no solo iba a ver al doctor, iba a mudarme de ciudad. Debía empezar una nueva vida desde cero.
No estaba segura de poder lograrlo. No era fácil con todo lo que tenía que lidiar. Si bien muchos creen que mi problema es la comida, en realidad, el problema es la razón por la que como. Yo solo sabía lidiar con mis problemas comiendo. O escondiéndome detrás de una pizza tamaño familiar o de una hamburguesa con papas fritas, y eso no es lidiar. No sabía cómo enfrentar mis problemas, siempre me había escondido. Desde niña, la comida fue lo único estable en mi vida. Todos se fueron, todos me abandonaron. Al final, lo único que me quedaba, aparte de la comida, era mi amigo Erick. Él me llevaba a Houston para someterme a un programa médico para bajar de peso. Esperaba que no se aburriera de mí y me abandonara a mitad de ese largo camino que debía recorrer.
Llegamos a nuestro nuevo hogar. Nuestro, porque Erick viviría conmigo, decía que no me dejaría pasar por aquello sola, que se quedaría conmigo hasta el final, que estábamos juntos en eso.
Al pasar de los meses, las cosas no fueron tan difíciles como pensé, pero también tuve días fatales en los que me enojaba, me frustraba y solo quería comerme una enorme pizza o dos kilos de papas fritas. Erick pagó los platos rotos, claro que me disculpaba de inmediato, sabía que él no tenía la culpa; él me decía que no me preocupara, que era parte del proceso y que estaba preparado para eso. De todas formas, aunque llorara y pataleara, no me daba más de lo que debía comer. Él decía que no me quería perder y eso sucedería si no cambiaba mis hábitos alimenticios. También me contenía y me apoyó con el tratamiento psicológico para aprender a enfrentar los problemas sin esconderme en la comida.
Después de poco más de un año, de haber bajado de 315 k a 125 k, de la operación de bypass gástrico y de algunas operaciones de piel, ese día me tocaba la última remoción de piel. Con eso se terminaba el proceso y el doctor dijo que bajaría muy pronto de los cien kilos y que llegaría a mi peso meta casi sin darme cuenta.
Erick me acompañó hasta antes de entrar al quirófano. Me dio un dulce beso en la frente.
―Aquí te espero, bonita.
―Gracias, Erick, no sé cómo te voy a pagar esto.
―No hay deuda, eres mi chica y estamos juntos en esto, no se te olvide.
Yo siempre estuve enamorada de Erick, pero él era un hombre atlético y deportista, en cambio yo era una obesa mórbida sin remedio, ¿cómo se podría fijar en mí?
Desde que inicié el tratamiento, Erick me ayudó a hacer ejercicios, salíamos a caminar, me animaba y me regañaba cuando era necesario, pero siempre, siempre, me apoyaba y celebraba cada logro. Estaba seguro de que cuando estuviera del todo recuperada, haríamos ejercicios juntos.
Al salir de alta, Erick me esperaba, en la recepción había un gran ramo de rosas que mi querido amigo me entregó, luego se arrodilló en el suelo y me ofreció un anillo.
―¿Quieres ser mi esposa? ―me preguntó.
―Erick… ¿estás seguro?
―Siempre lo he estado, eras tú la insegura que pensaba que no podría fijarme en ti por tu peso, ¿me aceptas para ser tu esposo?
―Sí, sí ―dije con lágrimas en los ojos.
Todos aplaudieron, incluido el doctor, Erick ya había hablado para contarles lo que haría. Nos felicitaron. Erick era tan dulce como el almíbar.
Un mes después, cuando ya estaba recuperada, fuimos de picnic al río. Nos sentamos bajo un sauce y él sacó una fuente con fruta y un jugo natural que sirvió en dos copas.
―Por nuestra nueva vida juntos ―brindó.
―Por nuestra nueva vida juntos ―repetí―, y gracias por no abandonarme.
―Jamás lo hubiera hecho. Ni lo haré. Te lo he dicho muchas veces, estamos juntos en esto, y no me refería a tu tratamiento, hablaba de nuestro destino. Te amo.
Me dio un beso y yo me sentí feliz, mi nueva vida me daba la ilusión que necesitaba para seguir adelante, para vivir como nunca lo había hecho por mis problemas de peso.









Katty Montenegro

Noche difícil

No me podía estar quieta en la cama. Me daba vueltas y vueltas sin poder dormir. Sabía que no estaba sola y que a mi acompañante debía estar molestándole el hecho de que me moviera tanto, pero es que estaba muy asustada.
―Tranquila, solo es viento ―susurró con dulzura.
―Pero si pareciera que se van a salir las ventanas.
―Sí, hoy está un poco más fuerte, pero trata de no pensar en eso. ¿Quieres que pongamos la televisión un rato?
Asentí con lentitud.
―Ven aquí ―dijo luego de encenderla.
Me apegué a él, me acomodé en su pecho y traté de prestar más atención a la película que a él. Pero de nada servía, seguía igual de nerviosa. A los pocos minutos, parece que se dio cuenta de eso y puso los dibujos animados para niños.
―¿Mejor?
―Algo…
Él me acarició el cabello y poco a poco cedí al sueño.
―¿Cómo dormiste? ―preguntó al despertar.
―Como se duerme en medio de una tormenta ―contesté con bajo ánimo.
―No fue una tormenta ―soltó risueño.
―¿No?
Sin esperar respuesta salí al jardín. Todo estaba intacto, no parecía que hubiera habido ni una pizca de viento.
―¿Qué pasó? ―preguntó detrás de mí.
―Nada, tienes razón, no fue una tormenta. Igual, no entiendo, así se sentía.
―Eso es porque le tienes miedo al viento. Pero ya ves que no fue nada. Hoy será una mejor noche.
―¿Cómo sabes?
―Soy meteorólogo. Te avisé que habría viento anoche.
Lo miré sonrojada. Cada vez que había viento me olvidaba de todo. Como si no fuera yo.
―Está nublado ―reclamé cuando entramos.
―Sí, pero no habrá viento.
―Más vale que sea cierto, o te denunciaré.
―¿A tu propio marido?
―Por daños morales y falsas ilusiones ―dije como niña pequeña.
―Bueno, denúnciame si me equivoco ―contestó con ternura y dejó un beso en mi frente.
Tal como él dijo, esa noche fue tranquila. Como era de esperar, desperté avergonzada. Él lo entendió. Como cada vez que me asustaba el clima. Una suerte haberme casado con alguien que supiera leer esas cosas, para que me previniera y que amara tanto como para aguantarme y acompañarme.








Y qué les parecieron???

Alguno es su favorito???

Y ya saben, pronto una nueva recopilación.


Gracias por leernos!!!






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