sábado, 5 de febrero de 2022

(Recopilación) Yo Escribo 52 Historias - Semana 3 y 4 by Varios Autores

Yo Escribo 52 Historias BFD

Semana 3 y 4

Varios Autores


Neus Sintes, Eelynn Cuellar, María Elena Rangel, Salvador Alba, Freya Asgard, Katty Montenegro, Kelly Belher, Guillermo Arquillos Lleras.

Hello, hello!!!


Y bueno, aquí viene la siguiente ronda de la semana 3 y 4 de #YoEscribo52HistoriasBFD y como verán hay quienes se están atreviendo a hacerlo en continuación y quienes siguen probando géneros y estilos diferentes.

Y estos son:

Les recuerdo que el orden en que aparecen, es el orden con el que publicaron.








Neus Sintes
Continuación (3ºParte)

Cuando su madre regresó de hacer la compra, el reflejo de la luz proveniente de la habitación de su hijo le llamó la atención. Se había encerrado en ella, aunque podía oír como hablaba en voz alta, susurros que apenas pudo identificar lo que decían. Tocó con los nudillos en la puerta, para ver si éste respondía.

—¿sí? —preguntó Dani— concentrado en el premeditado plan que tenía en mente.

—¿Todo bien? — me ha parecido oír que me llamabas —le respondió disimulando el hecho de que no creyera que le estaba intentando escuchar.

—Sí, si — estaba leyendo.

Su madre, entonces, supo que no le estaba diciendo la verdad. ¿cuándo fue la última vez que le vió coger un libro, por voluntad propia?. Su hijo siempre había sido un chico que tenía por costumbre decir la verdad, por dolorosa que ésta, en ocasiones resultase. Se dirigió hacía la cocina para dejar la compra en la despensa y mientras colocaba las cosas en su sitio, su mente empezó a divagar en busca de respuestas que no podía saber o mejor dicho, entender.

Su instinto maternal le hacía preocuparse por su hijo. Además, tuviera la edad que tuviera, siempre había problemas en los que ella tendría que estar presente en la vida de Dani.

Desde que perdió el trabajo y su novia lo dejó por otro, su vida había cambiado. No importaba saberlo, para verlo.

Dani tenía su vida. Había formado una relación formal, con una chica que le gustaba y ahora se encontraba de vuelta a sus orígenes. Viviendo con su madre, cuando éste estaba acostumbrado a ser un chico independiente. Su vida había dado un giro de ochenta grados y su madre lo había notado. De lo que no sospechaba su madre era del plan que su hijo Dani tenía en mente.

Dani salió de su habitación y con la excusa de salir a dar una vuelta se encaminó hacía el bar. Cogió la moto y haciéndose pasar por repartidor, se colocó sus gafas de sol oscuras. Entonces, volvió a ver que el mismo hombre con el que había estado conversando se encontraba atendiendo a unos clientes en la barra.

— Sr…Gabriel—titubeó en busca de una señal que le indicará su nombre. En la solapa de su camiseta asomaba su carnet del dueño del bar.

—Yo mismo. ¿Qué desea?— preguntó mirando al repartidor, extrañado.

—Una entrega —respondió Dani, haciéndole entrega de una discreta tarjeta. Y arrancando el motor, se dirigió a su casa, siguiendo el plan que había trazado.

Antes de entrar en casa de su madre. Echo por debajo de la puerta de la casa, la tarjeta cuyo contenido anónimo, decía lo mismo que la entregada al hombre del bar.

Esperó unos segundos, para que su madre viera la tarjeta y la cogiera

—¿Qué es esto?— oyó como se hacía la pregunta su madre. Dani se escondió escaleras arriba, a la espera de que su madre abriera el portal, para asomarse, en busca de quién podría haberle dejado la tarjeta.

Pasados unos minutos, entró en la casa y se dirigió a su habitación, a esperar a la ansiada noche.

La invitación que había entregado a ambos era una quedada en el mismo bar. El anonimato seguía vigente. En las tarjetas no desvelaba el nombre de su madre ni de Gabriel. Desde el día en que lo conoció tuvo una corazonada. Un presentimiento despertó en su interior. Fuese por el deseo o la falta de haber tenido un ejemplo paterno a seguir.

Llegada la noche, su madre avanzó con su coche, en dirección a donde le indicaba la tarjeta. Se preguntaba quién podría ser. Revisó la frase que en ella decía —Me harías muy feliz si asistieras a nuestro encuentro—firmado Anónimo.

Mientras, Gabriel se encontraba nervioso por saber de quién sería. En su vida, apenas había tenido tiempo para relaciones formales. Su trabajo le impedía el tiempo que las mujeres le exigían. Releyó la invitación, de nuevo —Espérame, por lo menos para tomar una copa de vino, mientras recordamos los viejos tiempos— firmado Anónimo.

Detrás de unos matorrales, a la espera de que su madre se encontrara con Gabriel, fuera o no su padre, saldría de sus inquietantes dudas. Vio como su madre avanzaba con paso decidido. Cuando Gabriel se dio la vuelta, observó por su cara de sorpresa, que se conocían mucho más de lo que él hubiera imaginado.

—¿Sara?—titubeó mientras avanzaba hacía ella, sin dar crédito.

—¿Gabriel?— preguntó mientras de sus ojos surgían sus primeras lágrimas. Lágrimas contenidas de hace tiempo atrás. 







Eelynn Cuellar

Venganza

Esa mancha se ve asquerosa, conforme se va secando se ve más oscura. Se supone solo sería una pequeña mancha y se ha extendido considerablemente. Debí ser más cuidadosa, pero la ira se apoderó de mí, un arranque de celos. No deseaba que esto sucediera, no así, no fue premeditado, aunque muchos pensaran eso.

Ese vestido debía ser mío, yo debería ser la novia que llegara al altar y no una simple dama acompañando a su mejor amiga a su gran día.

Era una pequeña broma, una mancha minúscula que no tenía que ser visible a simple vista y solo yo sabría que estaba ahí, pero el vino se expandió de tal manera, que gran parte de la falda está tintada en rojo, ¿Cómo le voy a explicar que fue un accidente? Que no deseaba que fuera tan grande. Mañana es la boda y dudo que alguien pueda sacarme de este apuro.







María Elena Rangel

Un Incidente Inesperado

-¿Qué pasó? -demandó con precaución mi amigo.

-Tuvimos una pequeña diferencia. Discutimos, ella perdió el equilibrio y cayó por el acantilado. ¡No fue premeditado! -relaté yo.

-¿Comprenderás que tengo que avisar a la policía? Eres mi amigo... Y te quiero mucho, pero el asunto es muy grave.

-Haz lo que tengas que hacer, que yo haré lo que tengo que hacer.

Miré a mi amigo con una amarga sonrisa, apurando el último trago de vino de mi copa. Cuando los encuentren creerán que eran amantes que pactaron saltar juntos para sellar un amor prohibido, pensé.







Salvador Alba

Hablar Por Hablar

Dos amigas se encuentran en la frutería a primera hora de la mañana.
—Buenos días, Remedios.
—Buenos días, Encarni. Oye, ¿sabías que a Rodolfo lo atropelló la semana pasada un camión?
—¡Pero, ¿Qué me dices?!
—Sí, por lo visto, se tiró a la carretera.
—Oi, oi, oi, ¡qué locura! Pobrecillo, ¿tan mal estaba para querer quitarse la vida?
—Pues ahí está el tema, que estaba divinamente.
—Entonces, ¿Por qué lo hizo?
—Porque a su mujer le ha tocado la lotería de Navidad.
—¿Y por eso se va a tirar a la carretera? No me lo creo, Remedios. ¿No será que lo han atropellado de forma premeditada?
—¿Atropellarlo de forma premeditada? —intervino el frutero—. De forma premeditada se bebió tres botellas de vino para celebrarlo y, con la cogorza, cruzó por donde no debía.
—¡Pobre hombre! —exclamó Encarni—, que Dios lo tenga en su gloria.
—No, si no se ha muerto, tuvo suerte y solo tiene dos costillas rotas y magulladuras.
—¿Entonces para qué me cuentas esto, Remedios?
—Pues… pues… ¡Por hablar de algo, que el día es muy largo y me aburro! Hasta otro día.







Freya Asgard

Accidente...

―Esto no fue un accidente ―dijo el oficial.
―¿A qué se refiere? ―le preguntó la viuda.
―Fue premeditado.
―No entiendo, tuvimos un accidente de tránsito, mi esposo manejaba muy rápido y nos volcamos
―No, fue más que eso, señora, él ya estaba muerto cuando ocurrió el accidente.
La mujer se puso pálida.
―¿Qué dice? ¿Cómo?
―¿No lo sabe? Nosotros ya tenemos el móvil y el asesino… ¿O asesina debería decir?
La mujer se echó a llorar. El hombre la dejó.
―Él me golpeaba, señor, cada día llegaba y cualquier cosa era motivo para pegarme. Me alejó de mi familia, de mis amigos y no podía salir ni a comprar. Vivía presa en mi propia casa, mientras que él… Él se iba de juerga con sus amigos y muchas veces llegaba con mujeres a la casa, mujeres a las que yo tenía que atender… Además, esa noche vino más borracho que de costumbre y me quería sacar los ojos porque según uno de sus amigos, me vio en la ventana… Los moretones que tenía esa noche no eran del accidente, eran de sus golpes. Ya no sabía qué hacer, o era él o era yo. No me dejaría viva mucho tiempo más. Esperé a que se durmiera y lo maté, lo subí al auto en la madrugada, en la tarde nos fuimos “de paseo”, para los vecinos y quienes nos vieran, yo iba conduciendo y él a mi lado. No sé si les extrañó. En la carretera, yo me bajé del auto y lo lancé cuesta abajo. No me iba a ir a la cárcel por matarlo, yo lo había denunciado, pero fue peor, ahí me encerró y no pude salir nunca más de la casa.
El hombre asentía con la cabeza, mientras anotaba algo en su cuaderno.
―Entonces, señora Guerra ―me dijo mientras leía lo que había escrito―, según su declaración, su esposo conducía a alta velocidad y usted alcanzó a tirarse del vehículo antes de que cayera al barranco. Suerte que usted salió con vida, no muchas… personas pueden decir lo mismo. Muchas gracias por su cooperación. El caso será cerrado. Hasta luego.
El oficial se marchó y Margarita respiró aliviada; al fin sería libre.







Katty Montenegro

Decepción

—¿De qué cuaderno habla? —preguntó Rosemary mirando a su padre.
Nadie hablaba y el silencio se hacía cada vez peor. Llegado cierto punto Rosemary entendió todo.
—Quiero que todos salgan —soltó con lágrimas en los ojos.
—Pensándolo bien, no sé que hago acá, de todas formas Ellery volverá a la guerra y quién sabe lo que pueda pasar. Lo bueno, amiga, es que tus bebés están pequeños y cualquier hombre los querría.
—Basta, Elizabeth, dije que quiero que salgan, tu sobretodo, ¡quiero que te vayas!
—¿No me invitarás a una copa de vino?
—Suficiente, dejemos a la nueva madre tranquila, esto no les hace bien ni a ella ni a los bebés—habló Leonor.
En cuanto salieron, Rosemary escuchó a su madre decir a su supuesta mejor amiga que se fuera y nunca volviera.
—No puedo creer que todo haya sido premeditado. Robó mi diario de vida —dijo al fin, tratando de entender.
—No hagas caso, amor. Nuestro amor es fuerte,  y nada...
—Se que tuviste algo con ella, ya basta de ocultarlo —dijo con voz plana.
—¿Qué? ¿De dónde sacaste eso?
—Ella misma me lo contó, dijo que se sentía culpable y que no había significado nada y yo, tonta, le creí.
—No, eso no es verdad, yo nunca he tenido ni la más mínima cercanía con ella, tienes que creerme.
—¿No? Entonces, ¿por qué está tan despechada?
—No lo sé. Yo siempre he tenido ojos solo para tí. —se le quebró la voz.
Rosemary acarició su rostro.
—Entonces tenemos que hacer algo... ¿o dejaremos que destruya a nuestra familia?
—No amor, por supuesto que no. Pero, ¿que quieres hacer?
Rosemary sonrió.







Kelly Belher


«Conteniendo la respiración, seguí a mi hermana mayor a través de la avenida, andando a paso rápido y respirando entre dientes, cargando con nuestras escasas pertenencias.

Huyendo como ladronas en medio de la noche.

Cuando hubimos recorrido apenas un par de cuadras, llegamos a un cruce que estaba por completo desolado. Giramos a la derecha y poco habíamos andado cuando dos hombres dieron vuelta en la siguiente esquina.

Isabelle y yo nos detuvimos ipso facto.

Retrocedí un paso, observando a los personajes vestidos en largos abrigos y sonrisas macabras escondidas debajo de sombreros de copa.

Izzy se tensó, así que puse una mano sobre su hombro y tiré de ella en pos de la otra dirección. Pero sólo nos topamos con otra salida bloqueada por dos sujetos más.

Con el corazón latiéndome en los oídos, miré a mi alrededor.

Esto no era una coincidencia, era un asalto premeditado.

En cada una de las esquinas más hombres se postraban como una advertencia clara en caso de que pensáramos en escapar.

Unos pasos por demás sonoros se hicieron presentes a nuestras espaldas, acompañados de un suave «tic, tic» que parecía retumbar por las adoquines y hacer eco en mis emociones.

Mi hermana maldijo por lo bajo, y me sentí dispuesta a imitar su acción.

Ambas nos volvimos hacia el hombre ataviado en un pulcro traje color vino que caminaba hacia nosotras desde la parte baja de la calle, el bastón con el que golpeaba el suelo a cada paso era ese sonido que hacía que reconocerlo fuera algo inmediato.

Con esa sonrisa que prometía hacer daño, Nathaniel se detuvo delante de nosotras.

—¿Iban a algún lado, señoritas?»

















Neus Sintes

El reencuentro

Sara y Gabriel se reencuentran después de muchos años atrás. Sara no sabía ni cómo reaccionar, ante la presencia del que era el padre de su hijo. Lágrimas surgían de sus mejillas, sin poder frenarlas. En cambio, Gabriel, no le salían las palabras, por la sorpresa inesperada. Nunca se imaginó volver a ver a Sara, la mujer a quien siempre amó y ahora, la tenía de nuevo, delante suyo. 
Cuando se encontraron frente a frente, se acordaron de la tarjeta que llevaban en la mano, sin comprender. De repente, algo o alguien entre los arbustos empezó a moverse, intentando salir de las enredaderas. 
 —He sido yo —dijo Dani saliendo de detrás de los arbustos. He sido el encargado de que os lleguen las invitaciones. Estoy cansado de tantos secretos que se me han ocultado en mi vida. 
 —Hijo —te lo puedo explicar —respondió su madre, ante la desesperación de perder su confianza. 
 —Madre, solo contéstame a una sola pregunta —dijo Dani, mirando a su madre muy seriamente, ¿es o no es Gabriel mi padre? —preguntó intrigado.
 —Sí, lo es —dijo mirando a su hijo y luego mirando de nuevo a Gabriel, asomaron en su rostro nuevas lágrimas. Gabriel se acercó a Sara y le agarró de la mano suavemente, con la intención de calmarla.
—¿Por qué nunca me hablaste de él? - interrogó a su madre
—Dani…—le interrumpió Gabriel. Yo te puedo contestar a esa pregunta —le dijo Gabriel muy seriamente. Alzó la cabeza hacia arriba en busca de una respuesta concisa que darle a su hijo. —Porque, Dani, yo no te conocía— no he sabido de tu existencia hasta ahora. Es la primera vez que mis ojos ven tu rostro y puedo decir que eres mi hijo. --respondió, apretando los puños, mientras un nudo se formaba en su garganta.
A Dani se le agrandaron los ojos. Miró a su madre en busca de su confirmación y ella asintió con la cabeza. Su cabeza le daba mil vueltas a tantas preguntas que tenía por hacer, pero una sola le había bastado para saber la verdad, de quien realmente era su padre. 
—Hijo mío —empezó a decir su madre. Éramos muy jóvenes cuando en mi vientre empezaste a crecer. Fue decisión mía y no de tu padre, el querer afrontar la maternidad como madre soltera. —Con los años me he dado cuenta que fue un grave error, porque tu padre me quería y no me abandonó en ningún momento. Fui yo la que por voluntad propia emprendí el camino sola. 
—Madre, ¿te acuerdas de cuántas veces te he preguntado por mi padre? —preguntó Dani. Y a cambio siempre recibía la misma respuesta.
El silencio se apoderó en el ambiente, hasta que los tres se miraron y Sara rompió el silencio, siendo la primera en hablar
—Creo y lo digo con el corazón en la mano, que os merecéis una segunda oportunidad. Necesitáis conoceros el uno al otro. Tenéis mucho en común. —¡Cuántas veces, Dani te miraba! —y veía en ti, la mirada de tu padre reflejada en tus ojos.
—¿Tenéis? preguntó Gabriel— tal vez, seamos los tres, los que necesitemos de una segunda oportunidad. Recuperemos el tiempo perdido. -- si lo deseas, Sara — le dijo Gabriel, ofreciendo su mano. 
—Hace unos años perdí una joya. Esa joya eres tú —
Por primera vez en su vida, Dani se encontraba con su familia unida. Todas las piezas se habían unido para formar un todo. Tenía lo que más había anhelado durante su existencia. A su madre y a su padre, del cual tenía muchas cosas que conocer y ganas de aprender de él.







Freya Asgard


Maricela se sentó en la mesa del restaurant al que la había citado Raúl, su novio desde hacía más de tres años. Según le había dicho, era una ocasión especial, ella esperaba que por fin le ofreciera la preciada joya que llevaba esperando más de dos años, cuando comenzaron a hablar de matrimonio e hijos.
Pasada una hora desde que había sido citada, Raúl no llegaba. Preocupada, pagó la cuenta de su trago y se marchó, algo muy grave debió pasarle para que no llegara. Él no la dejaría plantada.
Una vez en su casa, tomó su celular y volvió a llamar a Raúl. Esa vez le contestó una mujer.
―¿Y Raúl?
―Yo soy la enfermera del hospital clínico, él llegó hace unas horas, tuvo un accidente automovilístico, ahora ya está estable y despertará en cualquier momento, necesitamos ubicar a sus familiares, ¿usted puede ayudarnos?
―Yo soy su novia ―respondí―, él no tiene familia aquí.
―Puede venir a verlo si desea y hablar con el doctor.
No se lo tuvo que repetir. Al llegar, el médico habló con ella y le dijo que estaba fuera de peligro y que en un par de días le darían el alta; estaba despierto y podía recibir visitas.
―Hola ―lo saludó al verlo.
―Cariño… ―Él extendió su mano para tomar la de ella.
―¿Qué pasó?
―No lo sé, estaba camino al restaurant, cuando se me vino un coche encima… Dicen que el hombre llevaba mucho tiempo manejando, estaba cansado y se durmió. Me chocó y me di contra un poste… De ahí, no recuerdo más hasta ahora, que desperté aquí
―Ya saldrás de aquí, amor, no te preocupes.
―No quería dejarte plantada.
―Lo sé.
―Dame mi chaqueta, por favor.
Se la entregó y él metió la mano en un bolsillo interior. De allí sacó una cajita y se la entregó.
―Esta noche te la iba a entregar, sé que este no es el mejor lugar, pero ya no quiero perder más tiempo.
Ella abrió la caja donde se encontraba la preciosa joya que sellaría su amor.
―Te amo, Maricela, y ya no quiero vivir un día más lejos de ti.
―Y yo te amo a ti, Raúl, te amo y en cuanto salgas de aquí, nos vamos a mi casa… O a la tuya.
―A mí me da igual, mientras sea contigo.
Se dieron un dulce y suave beso que marcaría el inicio de su vida juntos.







Salvador Alba

Una Buena Acción

Severiano y su hijo, Pepín, vivían en una casita muy humilde, sin comodidades. Su mujer murió dos años atrás y él se había quedado mal de la espalda hacía tiempo y estaba en trámites de que le concedieran alguna pensión, gracias a un abogado que se compadeció de él y quiso ayudarlo gratis.
Un día, después del colegio, se dirigían hacia casa. Severiano, cansado y dolorido, se sentó en un banco a descansar y su hijo aprovechó el momento para coger una joya de su bolsillo y mostrársela.
—¿De dónde has sacado eso?
—La he encontrado en la salida del colegio. Con esto podremos comprar muchas galletas.
—¿Sabes de quién es?
—Creo que se le ha caído a la madre de Antonio de Mendoza.
—Entonces tenemos que devolverlo, hijo. Y si no supiéramos de quién es, habría que entregárselo a la policía, es lo correcto.
—Pero, papá, la familia de Antonio tiene mucho dinero, no le hace falta, a nosotros sí.
—No importa, hijo, hay que ser honrado y tener la conciencia tranquila. De alguna manera, la vida nos devolverá todo el bien que hayamos hecho.
Severiano y su hijo fueron al caserón de los de Mendoza, llamaron al timbre y les abrió la asistenta.
—Buenas tardes. ¿Qué desean?
—Venimos a entregarle esto, creemos que es de la señora Mendoza.
Pepín se acercó enseñándole la joya.
—¡Hay, qué bien! Ya no me la descontará del sueldo. Pero díganle “de Mendoza”, que la señora se enfada.
La señora de Mendoza apareció.
—Trae aquí. —La mujer le arrebató al niño la joya de su mano—. Así que tú tenías mi joya, pequeño ladronzuelo.
—Perdone, señora, pero mi hijo no es…
—Y a usted, ¿no le da vergüenza criar así a su hijo? ¡Vaya ejemplo que le está dando! ¡Fuera de aquí los dos, pordioseros!
—Esperaba que nos diera las gracias.
—¿Las gracias? Las gracias me las debería dar usted por no llamar a la policía.
La señora de Mendoza les dio un portazo en las narices y, antes de que Pepín pudiera reaccionar, su padre le dijo:
—Hijo, no pasa nada. Esa mujer está muy equivocada, hay que saber perdonar. Nosotros hemos obrado bien, eso es lo importante.
Al día siguiente, al salir del colegio, Pepín le contó una noticia a su padre.
—¡Papá! Han entrado esta noche a robar en casa de Antonio de Mendoza, y le han destrozado el coche a su madre.
—No, hijo, a robar seguro que no. ¿Han dicho que les falta algo?
—Sí, el joyero de su madre. Dice que si no las encuentran cobrarán el dinero del seguro. Oye, papá, ¿te duele menos la espalda? Ayer no te dolía tanto. ¿Y cómo te has hecho eso de la mejilla? Esta mañana no me lo contaste.
—Ah, nada, me ha saltado un cristalito y de la espalda… supongo que será la humedad.
—¡Pero si hace un sol de mil demonios!
—Bueno, mañana estaré mejor.







María Elena Rangel

Solo por esta Vez

-¡Vamos, Ricardo! Tenemos que encontrar la maldita joya antes de que el inspector se dé cuenta que no está. Se supone que la estábamos custodiando.

-Darío, la joya no se la robaron; yo la tomé prestada -confesó el sargento.

-¿Cómo dices? -Grito Darío- ¿Acaso estás loco?

-La tomé prestada y pienso devolverla apenas pueda. Mi mujer está mal, necesitaba unos medicamentos, no tenía el dinero para comprarlos. No tuve otra opción. ¡Entiende!

-¿La tomé prestada? ¡La tomé prestada! ¿Crees que un "la tomé prestada" nos salvará de ir a la cárcel deshonrados? Porque te darás cuenta que me acusarán de ser tu cómplice. Te apuesto que el Sherlock Holmes de la comisaría está sobre la pista.

-Y estás en lo cierto -declaró el mencionado.

-¡Joaquín! ¿Cómo te enteraste tan pronto? -consultó Ricardo.

-¡Muy fácil! Tuviste un descuido imperdonable en un policía, tiraste sin darte cuenta tu placa.

-Imagino que estoy muy cansado, por eso cometí ese error.

-Supongo que ahora nos denunciarás -acotó Darío.

-Te equivocas, compañero. Yo también pasé por eso hace unos años; me refiero a que mi esposa estuvo enferma, pero no tuve una oportunidad para ayudarla. Ahora, vamos por la joya antes de que alguien más ate los cabos.

-Gracias, Argenis, estoy en deuda contigo.

-solo cuida mucho a tu esposa. Con eso es suficiente. Ah... Si hay una próxima ocasión habla con tu compañero, seguro te ayudará a encontrar una solución. Esta vez te ayudé, pero no siempre será así. 






Eelynn Cuellar

La Única

Fue un proceso largo y cansado, tenía que encontrar la joya perfecta para darle. No podía ser un simple anillo, tenía que ser único como ella. Pasé días, semanas y meses y no daba con él, hasta que alguien me propuso que lo diseñara y buscará un buen alfarero para realizarlo, y así lo hice.

Ahora que lo tengo, debía encontrar la manera ideal para entregárselo y pedirle que compartiera su vida a mi lado.

Ilusamente creía que algo sencillo, casual, íntimo la sorprendería. Un picnic en el parque donde le pedí que fuera mi novia era el lugar ideal. Jamás pensé que reaccionara así.

Me lo aventó a la cara, me dijo que si tan mediocre era para pedirle así matrimonio, no le interesaba estar conmigo, y me dejó ahí solo y confundido. Por un instante corrió por mi cabeza ir detrás de ella y pedirle perdón, que me diera una nueva oportunidad para hacerlo bien, pero después de meditarlo un poco, un matrimonio así no valía la pena, sería demasiado cansado y agotador intentar complacerla en todos sus caprichos. Guarde aquella joya en su cajita, está nunca tendría dueña, pero quizá en un futuro encuentre a alguien más que sea digna de un anillo más hermoso que este.







Katty Montenegro

Mentiras

Cómo era de esperar, Ellery tuvo que volver a la guerra pocos días después del nacimiento de sus hijos, y, aunque le hizo prometer a Rosemary que no haría ninguna locura en su ausencia, a ella cada día le parecía más sensato hacer algo para detener a Elizabeth, sobretodo el día en que inventó que Ellery le había entregado una joya como promesa antes de irse a la guerra. Para Rosemary, el decir eso había sido una afrenta al honor de su esposo, a su amistad y a su familia.
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—Yo no le creo nada —comentó Rick—. Sabemos que estuvo con la familia y con Rosemary todos los días, nunca ocultó su amor, de hecho, por eso mismo Don Gaspar lo perdonó, ya había visto el trato que tenía para con ella. No importaba lo cansado que estuviera, todos los días que estuvo aquí fue a verla.
—Exacto, además, ¿cambiar a Rosemary por ella? —dijo Cedrik con cara de asco.
La madre de Rosemary se mantenía en silencio, aunque le hacía gracia escuchar los comentarios de los jóvenes.
—Basta de hablar de eso, esa chica está mintiendo y en esta vida todo se paga, dejen que el destino siga su curso natural —cortó la madre de los jóvenes—. Vayan a buscar a su cuñada para almorzar
Los jóvenes no dijeron nada y subieron a buscar a Rosemary. Su sorpresa fue enorme al encontrar la habitación completamente vacía.
—Mamá, tía —habló Rick—. Rosemary no esta en su habitación y los niños tampoco.
—¿Y en el jardín? —consultó preocupada Charlotte.
—Tampoco —contestó Cedrik entrando al comedor—. Vengo de ahí.
—Entonces... ¿Dónde están?







Guillermo Arquillos Llera

Lo que era

Se acordaba de lo que tenía que hacer, pero le temblaban las manos. 
«Además —se había dicho muchas veces—, a mí nunca me puede pasar eso, porque la gentuza no quiere líos con los jóvenes».
—El pueblo ya no es lo que era —y torcía la boca—, cada vez queda menos gente que sepa valorar unos buenos zarcillos o un collar de perlas naturales. ¿Y el oro? Los únicos que siguen comprando oros son los que no se sabe si te van a pagar o van a salir corriendo.
—Pero, abuelo, aquí todavía hay mucha vida —se quejaba Elías.
—Antes, las familias invertían todo su dinero en piezas valiosas, porque las joyas nunca pierden valor —e iba asegurándose de que se quedaban las luces apagadas—. Además, desde que han traído el Corte Inglés, están tirando los precios. Mayores costes, menores márgenes. La ruina, ya te digo.
La única razón para que el abuelo siguiera alabando las manos de las mujeres o sonriendo a las parejas que se probaban alianzas, era su nieto. Y Elías quería a su abuelo, porque le había enseñado el oficio y lo había criado desde el accidente de sus padres.
El joven sabía que las mujeres siempre tienen las manos más bonitas del mundo y que hay que ver lo que le luce a usted este collar, señora. Había aprendido que, cuando alguien con posibles estaba delante del mostrador, era obligado tratarlos de usted. Y que si no tenía ni un euro, le encantaba también que le llamaran de usted. Así se sentían alguien.
Y conocía aquellos dos pulsadores, el de la vitrina y el que estaba junto a la caja:
—Elías, chico, estos trastos puede ser la salvación del negocio. Déjalos que se lleven lo que quieran. No se lo regales, pero tampoco te juegues la vida —el abuelo le hablaba muy en serio—. Si todo sale bien, la policía estará aquí en un pispás. No te la juegues. 
Aquel día, el abuelo, cansado de sonreír a quien no quería comprar, se había quedado en casa. 
Elías los había llamado de usted y les había sonreído, pero aquella pareja tenía mucha prisa y el muestrario que agarraron era muy caro. 
A él le temblaban las manos y sudaba sin parar: estaba aterrado, pero no podía consentir aquella tremenda injusticia.
Y no le bastó con apretar el pulsador; quiso defender lo que era suyo, de su abuelo, de su futuro cuando él se quedara con la joyería. Quiso hacerse el héroe.
Elías nunca llegó a ser el dueño de la tienda. 
Su abuelo tuvo un infarto y se quedó sin lágrimas: definitivamente, el pueblo ya no volvería a ser jamás lo que fue. 
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Kelly Belher


«Puso una mano en su estómago y la otra en su espalda, jadeando para intentar recuperar la respiración.

Su hermana, sin embargo, caminaba sin dificultades aún con las manos enlazadas al frente y el cabello impecable.

—No es posible que no te hayas cansado con ese trayecto. ¿Cómo es que puedes humillarme aún vestida como la pleyeba de la película de Barbie? —Elizabeth musitó.

Su hermana le dirigió una sonrisa burlona de reojo.

—Tal vez si te hubieras vestido de rosa como te lo pedí, quizá te vieras más elegante que yo.

La aludida resopló.

—De rosa vestiré en tus sueños.

—Aquí es —Marianne alzó la voz aunque la comisura de sus labios delataba que había escuchado su conversación.

(…) Elizabeth y Nerumi se quedaron de pie junto a la puerta, mirando lo que tenían alrededor. Y a la princesa, que había interrumpido su paseo de arriba abajo apenas verlas entrar.

—¿Son ellas? —cuestionó mirando a su asistente.

Marianne asintió con solemnidad.

—La señorita Kostova y su hermana, la señorita Elizabeth Kostova.

Con un suspiro, Ayelez se explicó.

—Lamento mucho haberles hecho traer de esta forma, pero no deseaba que nadie se enterara. Aunque hay muchos invitados ignorantes, sé que gran parte de la gente aquí saben lo que ustedes son. Lo que hacen.

—Y por lo visto puedo deducir que usted ya se enteró también —Nerumi respondió.

—Me hablaron de ello esta mañana, el mismo rey. No he conocido al príncipe, la joya de su corona —les contó con irritabilidad—, ¿pueden creerlo? Tuve que fingir, pretender que era parte del plan y no que había sido lanzada dentro sus brazos sin previo aviso. Y ahora estoy aquí —hizo una pausa, mirando a la nada y repentinamente luciendo muy agotada—. Atada a un matrimonio arreglado en un reino que, se me ha dicho, alberga magia y fantasía.

Elizabeth sonrió ante su mirada de pánico y efectuó por fin una reverencia. Pero no fue elegante, ni servicial, sino performática. No era la reverencia de un seguidor, era la de un actor.

—Magia y fantasía a sus órdenes, mi reina —musitó.»









Y bueno, estos son los relatos que la semana 3 y 4 dejó el #RetoSemanal. Como verán son muy diferentes y tenemos un autor nuevo (wiiii!!!), así que veremos si todos somos constantes y continuamos bien aplicados.

Cual ha sido su favorito???

Gracias por leernos y pronto la tercera recopilación de este reto.

Besitos!!!








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