domingo, 3 de julio de 2022

(Recopilación) Yo Escribo 52 Historias - Semana 23 y 24 by Varios Autores

 
Yo Escribo 52 Historias


Semana 23 - Paracaidista / Misericordia
Semana 24 - Desmembrar / Fuego



Varios Autores


María Elena Rangel, Salvador Alba, Freya Asgard, Neus Sintes, Eelynn Cuellar, Katty Montenegro, Jacqueline Estay Guerra (Taygeta Maia).


Hello, hello!!!


Y una recopilación quincenal más ha llegado, ahora con las semanas 23 y 24 con las palabras de Paracaidista/ Misericordia y Desmembrar/Fuego estas palabras que habrán inspirado a los 7 autores que seguimos en la carrera de cumplir escribir un relato cada semana durante un año???

Les recuerdo que el orden de los relatos es conforme se fueron compartiendo sin ninguna preferencia o favoritismo.












María Elena Rangel

Gracias a la Misericordia Divina

Un grupo de aficionados al paracaidismo fuimos a dar unos saltos como siempre lo hacíamos. Yo era paracaidista desde adolescente, esa era mi pasión y la practicaba siempre que podía, junto a mis amigos. Alquilábamos un helicóptero y, a volar libres como las aves.
Ese día era hermoso, brillaba el sol y había buen clima, así que abordamos el helicóptero para ir a un valle donde saltar sin ningún peligro. Primero saltó Ricardo, le seguí yo; a los pocos segundos nos siguieron Marcos y Federico. 
Disfrutábamos de nuestra caída libre, al llegar el momento de abrir el paracaídas el mío no abrió; tiré de la anilla de emergencia, pero tampoco funcionó. El pánico me invadió; decir que vi mi vida pasar frente a mis ojos, es poco. Cuando ya llegaba al límite donde no habría retorno a mi fin, unas manos me halaron; viré la cabeza y vi que Marcos me había alcanzado y me tenía sujeto tirando de la anilla hasta que logró que el paracaídas abriera, luego abrió el suyo; todo sucedió en fracción de segundos.
En el aterrizaje no hubo ningún contratiempo. Cuando nos liberamos de los paracaídas abracé a mi compañero con lágrimas en mis ojos, no me avergüenza decirlo. En silencio agradecí a la misericordia divina por la segunda oportunidad que me brindaba.









Salvador Alba


La Cuarta Herida de Millán Astray

Estoy en uno de los primeros puestos de nuestra trinchera. No habrá misericordia para el invasor. Alá nos protegerá.
Busco un blanco claro y fácil al que volarle los sesos en Loma Redonda. Estos cerdos españoles nos la han arrebatado. Debemos impedir el avance hasta Hafa el Duira. No puedo disparar al primero que pase, hay que esperar al momento oportuno para descubrir nuestra posición con algo de ventaja. Me distrae un avión y lo observo: un paracaidista ha saltado y le siguen varios más. Fijo la mira de nuevo en los primeros puestos de la fortificación española, y sonrío al pensar que el fusil Mauser que empuño era suyo hace unos días. Veo a un manco…
¡Es un coronel!
Apunto y espero a tenerlo a tiro… y disparo.
Le acierto en la cabeza y me cubro, espero una fuerte represalia. Con cuidado, logro ver cómo se llevan a ese cerdo español entre varios hombres. No puede ser…
Juraría que sigue vivo, aunque su rostro está ensangrentado y he visto cómo le estallaba la cara.
La represalia se recrudece y tengo que echar a correr. Siento un disparo en un muslo, que me hace caer. ¡No! Me llueven balas de todos lados y caigo sin poder hacer nada más… que… retorcerme…









Freya Asgard

Y seguimos con las aventuras de la chica y su fantasma
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―¡Yo no me voy a tirar en el paracaídas! ―grité a todo pulmón. 
―Ya estamos aquí, no puedes echarte para atrás, estuviste de acuerdo con nuestra misión. 
―No me dijiste que sería paracaidista ―protesté. 
―Sí, te lo dije, te dije todo lo que debíamos hacer. 
―Igual no me voy a tirar. 
―O te tiras o te tiro. 
―¡No! ―Volví a gritar con más fuerza. 
Sí, me empujó sin misericordia fuera del helicóptero que nos había llevado a esa misión tan extraña. Debíamos encontrar a unos monstruos gigantes que estaban acechando a un pueblo cercano. No sé por qué teníamos que ir nosotros, cuando podrían haberlo hecho otros. 
No. Mi paracaídas no se abrió, ni siquiera sabía cómo abrirlo, ¡no debió llevarme ahí!
―¡Pecosa! ―me gritó en un regaño. 
―¿¡Qué!? ―repliqué sin una gota de culpa. 
―Perdimos. 
―Lo sé. Yo te dije que no sabía paracaidear. 
―No me lo dijiste. 
―Es que no me preguntaste, si me hubieras preguntado… 
―¿Otro? 
―Bueno, pero esta vez sin paracaídas, a mí me gustan las motos. 
―Bueno, entonces sigamos jugando Mario Kart ―accedió y yo, feliz, le di un beso en la mejilla.









Neus Sintes


¡Cómo me gustaría ser cómo aquéllos pájaros que pueden volar! —dijo Verónica, ensimismada en sus propios pensamientos.
Los nudillos de su hermano mayor, la desviaron de sus pensamientos. Últimamente tenía sueños extraños. Se veía volando, cómo si aquello fuera posible. Junto a ella una mano de un hombre, le agarraba firmemente, pero con suavidad. Con la ternura con la que se aprecia a una hija. Por desgracia, su padre había fallecido y nunca le contaron el verdadero motivo.
—Entra, la puerta esta abierta —dijo Verónica a su hermano. Sabía que era él, por la forma de tocar
—¡Hola hermanita! —le saludo con una sonrisa, entrando por la puerta.
—¡Hernán! —¿Qué quieres?, le preguntó
Hernán quedó mirando a su hermana, un tanto confuso. ¿Qué te pasa? —le preguntó éste, extrañado, con el ceño fruncido.
Verónica empezó nerviosa a hablar por los codos de sus problemas y sobre todo de sus sueños. Hablando para ella y a la vez dirigiendo a su hermano, como si de un monólogo estuviera haciendo en escena. ¿Tú sabes algo de los sueños?, ¿Qué puede significar que yo esté soñando en volar y en ver como me agarra de la mano un hombre?. Pues claro que no, y si lo sabes. Dímelo.
—Creo que sí —respondió aclarándose la garganta. Va siendo hora de que sepas el secreto que madre siempre ha querido ocultarte, ya por precaución o instinto maternal… — afirmó.
—¿A dónde me llevas? —preguntó Verónica
—Tú, sígueme. Eso sí, no digas nada a madre
—Sabes que no me gustan las sorpresas—insistió
—Yo tengo todas las respuestas a tus preguntas. Pero aquí no te las puedo contar.
En silencio, su hermano iba conduciendo en silencio. Pensaba en cómo decirle a su hermana la verdad. Ya no era una niña. Ambos eran adolescentes, él tenía veinte años y su hermana recién cumplidos sus dieciocho.
Aparcó en una montaña alta, donde no podían ir más en coche. Al bajar, Verónica vio el espectáculo más hermoso de todos, jamás visto.
—¡No es un sueño! —exclamó. En verdad, sí podemos volar…..dijo ensimismada
—Ven, siéntate aquí y los veremos mejor. Se les llama paracaidistas. Es un deporte peligroso, aunque hermoso del que nunca te cansas de observar
—¿Tu lo has practicado? —quiso saber Verónica.
—Conocí a nuestro padre, Verónica. Empezó a recitar su hermano, desviando la pregunta, hasta otro momento. Los ojos de Verónica se llenaron de lágrimas.
—¿Cómo era? —preguntó con un nudo en la garganta
—Te pareces mucho a él. Atrevido, sin miedo a nada. Capaz de volar como lo hacen los paracaidistas. El era….¡Dios ten misericordia de mi, por lo que voy a confesar!.
Verónica era la primera vez que veía a su hermano en ese estado. Esperando una respuesta por parte de él. Sabía que no le era fácil hablar y confesarle la verdad. Esa verdad que tantas años había estado esperando y que su único hermano, tenía respuestas para ella.
—Tus sueños, no son casualidades. Yo creo en ellos. Y todavía, sueño con esa mano que me guía por el camino de la vida, esa mano que se perdió en el infinito….dijo susurrando. Verónica, tú padre, nuestro padre era de vocación paracaidista.
—En serio…Nuestro padre, volaba como ellos. ¿Por eso madre nunca cotarme la verdad?.
—Hay más… —yo soy el que se siente culpable. Nuestro padre un día me enseñó cómo volaba y un fallo, hizo que cayera al vacío. Vengo aquí todos los días para verlos volar, porque es como si nuestro padre estuviera volando con ellos.
—Atrévete a volar, hermano. Yo más adelante voy a ser como padre. Ahora sé la verdad, y gracias a ti, nada ni el miedo me detendrá. Y padre estará conmigo SIEMPRE









Eelynn Cuellar

Altura

No sé cómo me dejé convencer, yo que le tengo miedo a las alturas, aquí estoy trepado en un avión para lanzarme al vacío.

¡Vaya regalo de cumpleaños!

Veo como el paracaidista experto con el que iré que se está preparando. Tengo miedo, mucho miedo, que estoy temblando. Por eso cuando se acerca a mí solté un manotazo que lo hizo trastabillar y salió volando de nuestro transporte.

Solo estoy pidiendo misericordia, hago una plegaria para que ya trajera puesto todo su equipo, no quiero tener en mi consciencia cargar con una muerte.









Katty Montenegro

La semana pasada, subí un relato donde un joven, de algún extraño modo, era trasladado a otra realidad, a un mundo en el 12.022, donde su otro yo era un vampiro... hoy traigo la continuación....

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Mi vida

―¡Sufro de vértigo crónico terminal! ―gritó Tamara―. ¿Qué no tienes misericordia de tu propia novia? ¡Que ser tan maligno eres, Luis!
―¿Qué? ¿Y eso existe?
―Claro que existe, yo lo tengo. Es una enfermedad altamente contagiosa.
―Ni que estuvieras lanzándote de un paracaídas ―Me burlé.
―No, no podría ser paracaidista, ahí no estaría reclamando, estaría muerta ―dijo entre risas.
―¿Quieres que pida que paren? ¿Te sientes mal?
―No, ya casi va a parar, está frenando.
Nos bajamos del juego, cuando se relajó me miró con ojos muy abiertos.
―Quiero volver a subir ―pidió como una niña. Yo sonreí y la besé.
Lloré al recordar aquello, mientras veía el dibujo. Si ese dibujo estaba ahí, significaba que ese vampiro, mi otro yo, también había soñado conmigo, y tal vez estaba en mi mundo. ¿Un vampiro podía soñar? Tenía que encontrar la forma de volver a ser yo, el yo que conocía, el de hace 10.000 años.















Neus Sintes

El Caníbal

Marc estaba enamorado desde hacía mucho tiempo de su compañera Catherine. Ambos trabajaban juntos en una unidad especial de criminología. A pesar de que el matrimonio de Catherine no estaba en su mejor momento, Marc nunca dejo de amarla, aunque siempre recibía una respuesta negativa por parte de ella.
Catherine veía en Marc a un compañero excelente, pero sus sentimientos no iban más allá de lo profesional. Ansiaba esperar algún día que el la comprendiera, que la entendiera, pero nunca cesó su amor por ella.
En esos momentos estaban trabajando en el misterioso caso de unos crímenes que estaban pasando, especialmente en mujeres, que habían desaparecido sin ser vistas nunca más. Había muchas especulaciones, de que tal vez, podría tratarse de una persona enloquecida o tal vez, otra posibilidad de canibalismo.
—¿Vienes un momento? —preguntó Marc , mientras se acercaba a Catherine para indicarle que tal vez tenía una nueva pista.
—Sí. Dime, Marc —mirando los papeles que éste le entregaba. — ¡Oh! —exclamó jovialmente. Marc has encontrado una pista que nos puede indicar el camino a donde podría encontrarse el criminal...
—Puede ser una pista, Catherine. —¡acompáñame esta noche a celebrarlo!. Y mañana, podríamos estar capturándolo.
—¿A quién llamas? —pregunto, arrugando el ceño
—A mi marido. Para decirle que tengo trabajo.
—Creía que tu matrimonio no estaba del todo...
—Marc —le interrumpió. Que mi matrimonio no vaya a las mil maravillas, no significa que no le informe de que esta noche llegaré a casa tarde por temas de trabajo. Le guste o no le guste. Además, Marc, sin ofender, pero eso no es de tu incumbencia.
—No, no lo es—dijo en tono serio. Pero puedo decirte, que te conozco, incluso más que tu propio marido.
Finalizado el horario de trabajo, Marc le recomendó que no se encontraran en la oficina, ni que fueran con sus trajes habituales, para pasar desapercibidos. Catherine asintió.
Al llegar a casa, Catherine observó que su marido estaba delante del ordenador, igual de concentrado como cada día. Fue hacia la habitación, escogió el vestido rojo carmesí y lo tendió encima de la cama. Seguidamente, se desprendió de sus prendas de todo el día y se metió en la bañera que tenía acceso dentro de la habitación.
Mientras cerraba los ojos, dejando que el agua fluyera, rociando su piel, su cara y su larga y ondulada melena. Relajó sus músculos, tensos de un duro día de trabajo. Asió la toalla y envuelta en ella salió de la bañera. Se encaminó a arreglarse.
—¿Dónde vas tan arreglada? —preguntó su marido, extrañado
—Ya te lo dije. Voy a celebrar con mi equipo de trabajo, que tal vez mañana hayamos capturado al criminal. Te lo dije esta mañana por teléfono.
—Si me acuerdo. Pero no entiendo el porqué te arreglas tanto, si solo se trata de ir con compañeros del trabajo.
—Será que no lo entiendes. Mira, mejor no hablar.
—¡Espera! —Será que te gusta Marc, ¿verdad?. Dime la verdad. , observándola con chispas de fuego en su mirada.
—¡Cómo! —¡Esto es el colmo! —Te voy a ser sincera. No me gusta Marc. Solo es un compañero de trabajo, como otro cualquiera. Mis sentimientos ya no se en que dirección se han ido. Porque en estos momentos no deseo estar con nadie. Deseo estar sola.
—Espero que te haya quedado claro —terminó de decir, mientras cogía su bolso y se encaminaba hacia el lugar donde habían acordado.
Un coche azul marino se encontraba aparcado con las luces intermitentes encendidas. Catherine observó en la oscuridad de la noche que se trataba de Marc. Se encaminó hacia la puerta y entró saludando con ambos besos en las mejillas.
—¡Qué hermosa te has puesto! —exclamó Marc con una sonrisa en los labios.
—Solo es un vestido —respondió.
—¿Todo bien? - preguntó al ver el rostro tenso de Catherine.
-—Si, perdona. Como siempre. —¿Hacía donde vamos?
—Hacía el Este. Aquí tengo la dirección.
—¿Has cenado, Catherine? —preguntó con mucha curiosidad
—No. No me ha dado tiempo.
—No te preocupes. Tengo un pequeño apartamento a las afueras y se encuentra cerca. En breve podemos llegar. Cenamos y pensamos un plan. ¿Te parece buena idea?
—¡Estupendo! —asintió
Una vez llegaron al apartamento, hizo pasar a Catherine. Constaba de una cocina americana y una pequeña pero acogedora sala comedor y una habitación y un aseo.
—Ponte cómoda. Como si estuvieras en tu casa —le indicó
—¿Quieres que te ayude a preparar la cena? —le preguntó
—¡Oh, no! —Por favor, déjame aunque sea solo esta vez que cocine para ti. —le convenció con su sonrisa
—¡De acuerdo! —me has convencido.
Una vez preparada la cena. Una suculenta carne saboreaban ambos. Catherine no salía de su asombro, el cómo Marc sabía cocinar tan bien.
—¡Esta delicioso! —No imaginaba que supieras cocinar tan bien —le alagó
—Cuando uno vive solo, aprende a hacer todas aquellas cosas para sobrevivir. —respondió, mirando sus ojos color almendra.
Terminaron de cenar en silencio. Cada uno con sus pensamientos. Una vez recogidos los platos y la mesa, Catherine aprovechó para sentarse en el sofá, ojear algunas revistas, mientras Marc le confirmaba de que salía un segundo al campo a recoger una cosa.
Después de ojear el pequeño apartamento, notó su garganta seca y decidió ir a la nevera en busca de algún refresco o vaso de agua para calmar la sed. En ese mismo instante, la vida de Catherine pasó por delante. Lo que vieron sus ojos al fondo de la nevera, hizo que su corazón se parase por fracciones de segundos, para luego volver en sí y ser consciente de que estaba sufriendo un ataque de pánico.
En bolsas de congelación y tapets, se encontraban trozos de carne, desmembrados, de carne humana. Estaba bajo el techo del propio caníbal que tanto tiempo había estado buscando. El caníbal era su compañero Marc. Le había tendido una trampa. Ahora comprendía su buen humor, sus ganas de celebración. Esas atenciones que de nuevo reflejaba por la mañana....
—¡Oh, no! —exclamó exaltado, Marc, entrando con dos cuchillos en la mano. ¿Por qué de tantos lugares, has tenido que ir a ver dentro de la nevera?.
Marc enloquecido, zigzagueó con los cuchillos, mientras no dejaba de mirar a Catherine.
—Catherine — no he podido amarte como yo hubiera querido porque tú no has querido.
—¡Estas loco! —Eres tú el criminal. Me has tendido una trampa. 
—Amor mío —Esa ha sido tu decisión. Ahora ya te tengo. Gritos ahogados se oyeron por última vez de Catherine. El zigzaguear de los cuchillos fue el último sonido que se oyó dentro del apartamento.









Salvador Alba

Una Artimaña De Walter Vincent

Galopamos lo más rápido que nos lo permiten nuestras monturas. Mi fiel compañero, el Pluma Blanca, toma la delantera al conocer muy bien el terreno. Nos dirigimos hacia una antigua mina de oro fortificada, propiedad de la banda de los hermanos Goldstone. Queremos impedir la muerte de los hijos del tabernero, Philip y Loretta, pues han sido raptados en represalia por no ceder a los deseos de los hermanos de venderle el Saloon a un precio irrisorio y entregarle a su hija para la diversión de sus hombres.
Esperamos llegar a tiempo, pues nos hemos puesto en marcha en cuanto nos han dicho lo sucedido. Apenas ha pasado una hora desde el secuestro. Creemos que esta fechoría ha sido una artimaña urdida por Walter Vincent para atraernos y darnos caza. Supongo que algún vecino del poblado le informa regularmente. Por otro lado, nosotros nos lo hemos buscado, lo que debía haber sido la ejecución de Walter se ha convertido en una sucesión de intentos fallidos.
Al conocer la ubicación de la mina, mi fiel compañero nos lleva hasta una montaña colindante para reconocer el terreno y sopesar la situación.
Al ver apostados a varios hombres tras unas rocas, a unos cincuenta metros de la entrada de la mina, y preparados para abrir fuego, nos queda claro que es una trampa. En la yerma explanada de la mina, con una única construcción de madera alejada de la entrada, podemos ver cómo está la chica atada por las manos a un poste y le van arrancando la ropa poco a poco, como si fuese un juego. Su hermano está atado por todo el cuerpo a un poste similar, siendo espectador del infortunio de su hermana.
El plan que trazamos es sencillo, accederemos a pie por la ladera de la montaña, crearemos una distracción y nos llevaremos a los muchachos.
Amarramos los caballos a un árbol y, de inmediato, nos ponemos en marcha con cautela, pero nos apresuramos al oír los gritos de Philip y observar cómo se ceban con él cuatro de ellos.
El sendero rocoso que nos marca nuestro sentido común es más peligroso de lo que pensaba, pero continuamos la macha. Lo bueno es que no nos ven, el sol les cegaría si mirasen en nuestra dirección.
Ya estamos llegando y comprobamos cómo los cuatro hombres que quedan dejan a Loretta y se dirigen hacia los caballos. Los cuatro que golpean a Phillip lo desatan. Al ver en la forma en que vuelven a atar a Philip, sabemos que tenemos que darnos prisa, lo van a desmembrar con sus monturas.
Llegamos abajo y, casi sin pensarlo, lanzo una botella de alcohol que incendiará la especie de granero en un lugar visible.
—¡Fuego en el almacén!
—¡Apagadlo antes de que llegue a la pólvora!
Eso no lo tenía previsto, pero logra que funcione y se olvidan por completo del desmembramiento. Mientras unos amarran a los caballos, otros se apresuran a sofocar las llamas y mi compañero carga a hombros con el maltrecho Philip y yo desato a Loretta.
Nos disponemos a huir por donde hemos venido, pero nos sorprenden los tiradores que esperaban en la emboscada evadida, que han sido alertados por el jaleo. En un momento, nos ponemos a cubierto y comenzamos una balacera en clara desventaja. El Pluma Blanca logra abatir a dos, yo a uno. Cada vez hay más hombres pendientes de nosotros en lugar de al fuego. Estamos perdidos. Nos agachamos buscando una salida. Y las llamas alcanzan la pólvora provocando una explosión que nos sabe a victoria. Los caballos relinchan y tratan de escapar, pero están amarrados. Mi fiel compañero y yo salimos acribillando a tiros a los que aún siguen en pie. Luego vamos a por los que han salido despedidos y tratan de levantarse del suelo, aturdidos.
Cuando todo queda en calma, nos extraña que de la mina no haya salido nadie ni hayan aparecido los hermanos Goldstone. Así que comprobamos con sumo cuidado que el lugar está vacío, pero no abandonado, no sabemos el motivo.
Sin esperar ni un segundo más, atamos a Phillip en un caballo, porque no tiene fuerzas para mantenerse sentado, y nos vamos en los cuatro caballos que iban a desmembrar a Phillip. El resto de monturas servirán de indemnización por los daños causados a los jóvenes. Pero antes de ir a la ciudad, volvemos a dar el rodeo para recoger a nuestras monturas, que descansan plácidas pastando bajo un árbol.









María Elena Rangel

El que Obra Mal, Recibe su Merecido

Hoy era un día especial. Hoy celebraríamos el tan esperado ascenso de mi amado esposo; por eso me encontraba en la cocina, a punto de desmembrar al plumífero que sería el exquisito plato que degustaríamos esa noche en la cena.
Una vez desmembrado, y con los vegetales ya listos para saltear, me dirigí con estos últimos a la estufa para ponerlos al fuego; una vez estuviesen a punto, agregaría el pollo, condimentos, y por último el vino junto al zumo de naranja.
Con toda la comida ya lista, subí a mi habitación para vestirme para la ocasión. Mi marido no tardaría en llegar con su tirano jefe; ese que lo hizo sufrir antes de darle el merecido ascenso al amor de mi vida. Me duché, me vestí sexi para mi esposo y bajé por una copa de vino mientras esperaba.
Al llegar ellos, y tras un aperitivo, procedimos a cenar. Serví el pollo a la naranja, el puré de papas y el arroz a la jardinera. La cena transcurría en una amena charla amenizada por un refinado vino. Casi a mitad de la velada el jefe de mi marido llevó sus manos a la garganta, parecía estar asfixiándose como si tuviera algo atorado, su rostro estaba tornándose morado. Mi esposo trataba de presionar por encima de su ombligo tratando de que expulsara lo que le obstruía la respiración, mientras yo llamaba a emergencias. Estos tardaron unos diez minutos en llegar, pero ya era demasiado tarde; el jefe explotador de mi consorte estaba más difunto que el plumífero.
Se determinó que al infortunado se le atascó un hueso de pollo en la garganta, al no expulsarlo a tiempo le impidió que el aire fluyera, muriendo asfixiado. De verdad no tengo ni idea de cómo ese hueso fue a parar al arroz a la jardinera, pero el karma existe, así como la dulce venganza… Pero no se lo digan a nadie.









Freya Asgard

Seguimos con mi pareja del fantasma y la dueña de casa.
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Ahí estaba yo, furiosa ante el mesón de la cocina, debía desmembrar un pollo entero para el almuerzo. Había pedido un pollo asado y no lo habían troceado.
―¿Qué pasa, pecosa? ―me preguntó mi querido fantasma.
―Nada.
―¿Cómo nada?
―Nada.
―Estás destrozando a ese pobre pollo.
―Lo estoy desmembrando ―aclaré con ironía.
―Sí, como si fueras Jack el destripador.
Él intentaba bromear y yo no le encontraba la gracia.
―¿Me vas a decir qué te pasa? ―insistió.
―Es que no me resulta, los pollos deberían venir trozados.
―Venden en trozos, tú lo pediste así porque según que te morías de hambre y querías un pollo entero y si lo trozaban se iba a demorar más en llegar. Igual, solo tú vas a comer, cómetelo directo de la caja.
―Sí, pero podrían haberlo troceado ellos, ¿no? Además, ¿quién debió decirme que un pollo entero era demasiado para mí? ―pregunté culpándolo.
―¿Y arriesgarme a las penas del infierno por llevarte la contra? No, gracias.
―¿Cuándo me he enojado porque me lleves la contra? ―Puse mis manos en jarra.
―Desde que llegaste.
―Eso era antes.
―¿Antes? Todavía, pecosa.
―Mira, no quiero pelear, espero que las papas vengan como corresponden y no enteras para que yo las cocine―protesté―. Hoy es el día del Señor y no puedo prender fuego. ―Sonreí cínica.
―Ella, la más cristiana de todos ―se burló―. Ven, pecosa, siéntate, yo te serviré el almuerzo.
Me llevó de la mano y me dejó sentada en el comedor.
―No te muevas.
Me trajo un plato con un trozo, destrozado, del pollo y unas papas fritas, les había echado mayo y kétchup como me gustaba y lo dejó frente a mí.
―Ya, come, mira que el hambre te convierte en un monstruo.
―Igual te gusta este monstruo ―ironicé después de comer la mitad del plato, antes no fui capaz de contestar, estaba al borde de la inanición.
―Me encanta ―respondió serio.
Yo tomé un poco de Coca cola y me volví a mirarlo.
―Mentiroso. Solo me soportas porque vivo aquí y no me quiero ir ―dije con un puchero.
Sonrió condescendiente.
―A ver, monstruita, vamos.
―Ya se me pasó el hambre, ya no soy un monstruo.
―Comer y dormir son tus actividades favoritas ―explicó― y ambas cosas te vuelven Miss Hyde.
Nos sentamos en el sofá y encendió la televisión.
―Ya, duérmete una película, que después tienes que ir a escribir.
Me recosté en sus brazos y cerré los ojos. Me gustaba estar así, era muy relajante.
―Te amo, mi pecosa ―dijo al rato y me dio un dulce y suave beso en los labios. Yo no me moví, parecía que estaba dormida, pero no, solo descansaba, y no le diría jamás que había escuchado su confesión de amor.









Eelynn Cuellar

Asco

Veo con repulsión el cuerpo que tengo frente a mi.

Siempre he odiado la sangre y ver que  corre como río me da repulsión.

Debo desmembrar el cuerpo, pero aún no me armo de valor suficiente así que prefiero avivar el fuego antes de hacer esa tarea sucia.

Las llamas han alcanzado suficiente altura y ya no puedo retrasar más esto.

Tomó el machete y doy el primer golpe, y salpicó sangre por todas partes incluyendo mi rostro. Cierro los ojos y le doy un golpe más... Los huesos de pollo son más frágiles de lo que imaginé y más pronto de lo que imaginé, ya estoy haciendo a la parrilla la cena que estoy preparando.






Te Odio

—¡Te odio! —Anthea grita mientras por su rostro corren lágrimas que no intenta ocultar— No tienes idea de cómo me arrepiento haber dejado todo por un... Por un...

—Vamos princesita, desahógate y no te guardes nada. ¿Patán? ¿Desgraciado? ¿Hijo de puta?

—Un hijo de puta que no tuvo compasión y me robó el corazón, el alma... La vida y ahora no tengo la menor idea que voy a hacer si no estás cerca de mi. Soy una estúpida, una...

—Una no, eres todas las razones que necesito para querer luchar y superarme día a día, para poder darte todo aquello que te mereces.

—Eso que dices, es lo más hermoso que alguien me ha dicho, pero...

—Pero eso no quita que me odies, eso ya me quedó claro.

—¿En verdad, piensas terminar todas mis...?

—¿Frases? —Ríe fuertemente—, eres tan...

—Tan hermosa y preciosa, que te...

—Me ama, respeta y no me volverá a insultar... —continúa riendo—, no espera que me he salido del guión y me he adelantado, —cierra los ojos Markus y respira lentamente—, eres tan hermosa, y preciosa, que te mereces mis respetos y te pido perdón, amor.

—Yo quería hacer bien las cosas, y tú, no me lo has facilitado.

—Lamento haber llegado tarde Anthe, pero si me dejas explicarte...

—Todo mi esfuerzo, no ha valido la pena.

—No digas eso tontita.

—Prender el horno fue horrible, el fuego se alzó tanto que me ha dejado sin pestañas y mi cabello...

—Te dije que era peligroso, que yo lo haría, pero...

—Llegaste tres horas tarde... —hace pucheros de que va a seguir llorando— y no tienes la menor idea lo horroroso que fue desmembrar ese maldito cerdo, en cada corte que daba salpicaba sangre por todas partes.

—¿Cortaste todo el cuerpo?

—No, eso fue lo peor, me rompí dos uñas y ni una mugre pata pude separar.

—Sabía que algo así sucedería, por eso, dado que venía tarde, me previene y traje refuerzos.

—¿En verdad crees que le voy a dar de cenar pizza a mis suegros, y más está noche que los conoceré por fin?

—Pues tú decides, ¿pizza o estética?

—No te entiendo.

—No hay forma que la carne de cerdo se pueda cocinar correctamente por el tiempo que nos queda, y no, no es pizza, por eso fui al restaurante, ese que tanto te gusta y encargué cuatro cenas, que dentro de una hora y media entregarán, y tenemos el tiempo suficiente para darnos un baño y que vayas al salón para que te pongan más chula de lo que estás.

—Pero sabrán que yo no he hecho la cena.

—¿Y eso qué importa? Yo no estoy contigo porque seas una buena cocinera o sirvienta que debe tener una casa o una mesa bien arreglada y servida, a mi lado está una mujer exitosa, amiga, amante, a la que amo con toda mi alma.

—No sé si sentirme halagada u ofendida con esas palabras.

—Mejor vamos a darnos un baño juntos, te llevo al salón y aprovecho para limpiar un poco la casa mientras te ponen más hermosa aún.

—¿Tan mal me veo?

—Digamos, que las pestañas y el cabello te crecerán pronto.

—Te odio.

—Y yo te amo princesa.

El tiempo corrió tan rápido, que Anthea y Markus siguen bajo el chorro de agua, cuando tocan el timbre.

—Sabía que no debíamos bañarnos juntos, Mark.

—¿Una apuesta?

—Yo digo que tus padres han llegado antes que la cena.

—Entonces me queda que es la ce...

—Markus, tus padres... Y yo en estás fachas.









Jacqueline Estay Guerra (Taygeta Maia)

Costó, pero se logró

Desmembrar esa cabeza me tenía loca, primero la había echado a cocer a fuego lento para evitar toda la sangre que fluía de ella y así poder hacer mejor el trabajo.
Veía como los demás lo hacían y trataba de hacerlo lo más parecido posible; debía hacer bien mi trabajo de lo contrario, me echarían cascando.
Fui de a poquito sacando cada parte y dejándola en una olla y el cuero, wacala, era lo que más costaba, a pesar de estar cocido. Con un cuchillo gigantesco comencé a cortar trozos de ese cuero a la vez que los enganchaba en un clavo de cuatro pulgadas y de ahí cortando trozos pequeños.
Encontré que me estaba demorando mucho, los demás lo hacían muy rápido, pero yo, por más que lo intentaba, no podía. De a poco fui sacando los trozos de ese cuero y llenando la olla. Una vez que terminé juntaron todos los trozos de las cabezas de cerdo para hacer el famoso queso de cabeza.









Katty Montenegro

Nuestro personaje estaba atrapado en el 12.022 y encontró un dibujo de su propia vida, él y su novia en un parque de diversiones.
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¿Conocidos?

Ese dibujo podía ser la clave de todo, pero no me decía mucho. El hambre empezó a hacerse notar, y con ello, más dudas. ¿Qué come un vampiro? ¿Sangre? ¿Cómo se caza?
Decidí salir a buscar alguna ciudad o algo, necesitaba conocer mi entorno, entender lo que estaba pasando. Pensé que tal vez alguien me reconocería y me diría más sobre mi vida. 
Afuera era todo paz, pues la casa de mi otro yo estaba muy alejada de las demás. Asumí que si era vampiro podía correr rápido, eso había visto en películas y series, y sí, pero no se parecía a lo que imaginé. Aún así llegué a una ciudad en poco tiempo, más bien parecía aldea. 
Allí era todo caos, era como una ciudad de vampiros. Al poco tiempo de estar ahí vi a uno desmembrar a otro y lanzarlo al fuego. 
No lo pensé más y di la vuelta para volver a mi hogar, ya había visto suficiente, pero alguien se paró frente a mí, no supe de dónde salió. era una chica, me miraba como si fuera la dueña de todo.
―Miren quien volvió ―dijo con voz tenebrosa, yo estaba aterrado―. Pensé que ya no te gustaba esta vida. ¿Dónde te habías metido?








 Y estos fueron los 14 relatos que esta quincena se juntaron, aunque una autora le faltó una semana, por un reto lanzado por Freya a mi persona de escribir algo romántico para la semana 24, terminé escribiendo dos relatos.

Alguno es su favorito???

Diferentes géneros, estilos... no se pueden quejar por no tener nada que leer.

Pronto otra recopilación ya sea quincenal o la mensual.

Gracias por leernos y besitos!!!!








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