miércoles, 2 de noviembre de 2022

(Recopilación) Yo Escribo 52 Historias - Semana 41 y 42 by Varios Autores

 
Yo Escribo 52 Historias


Semana 41 - Cena/Carretera
Semana 42 - Conjuro/Amigo



Varios Autores



Eelynn Cuellar, Neus Sintes, Salvador Alba, María Elena Rangel, Katty Montenegro, Freya Asgard.


Hello!!!


Y una quincena más ha llegado y ya estamos cerca del final... increíble que sigamos los que comenzamos desde el inicio... esta ocasión tenemos 12 relatos lo que significa que seguimos en pie 6 autores. 

El orden de publicación y nombre de autores les recuerden que es de acuerdo en el orden en que se fueron publicando en Facebook (que es la red que utilizamos), así que no es favoritismo ni nada por el estilo.

Que los disfruten!!!
















Eelynn Cuellar

...Y vivieron Felices Para Siempre

Durante meses hemos estado preparándonos para el gran día. Ha sido un trabajo duro y desgastante, pero por fin el gran evento de nuestras vidas está a nada de ser un hecho. 

Mañana será la cena de ensayo, nunca he entendido para qué hacerla, pues ni que nadie no supiera que se debe hacer, pero en fin, en mi familia no se acostumbra, pero en la de ella sí, así que para no contrariarla accedí a hacer este gasto extra que no tenía contemplado, y bueno, ella me convenció que para desestresarnos, a pesar que también fue su idea, durante los últimos tres meses no hemos tenido intimidad, pues decidió que podíamos tener un pequeño adelanto de la luna de miel que sería como nuestra despedida de solteros, dónde estaríamos solitos por dos días, por supuesto en muestras casas mentimos un poco y cada uno hizo este viaje por diversas razones a diferentes partes, por suerte nos creyeron.

Fueron dos días, lo que me hicieron confirmar que estaba junto a la persona correcta, la ideal para compartir toda mi vida. No queríamos que este viaje terminara pero debíamos regresar para el gran día.

Algo que no deseábamos era que nos agarrara la noche en la carretera, y por mala suerte, una llanta desinflada nos hizo perder tiempo preciado, aparte que se avecinaba una tormenta que llegó rápidamente y conducir en estás condiciones era casi imposible. De pura casualidad vimos un pequeño hostal, lo que era una suerte, aunque nos sorprendimos ya que por kilómetros solo era terreno desolado y era un lugar extraño encontrar una construcción y más de este estilo, ya que era una casona vieja, como esas que se ven en las películas..

Entramos empapados e inmediatamente nos ofrecieron unas toallas para secarnos y una taza de café para que entráramos en calor. Nos asignaron una linda habitación. Tomamos un baño y bajamos a la hora indicada para cenar.

La comida era deliciosa, la amabilidad de los anfitriones era impresionante y los demás huéspedes nos sorprendieron haciéndonos sentir como en casa, y ya para terminar la velada, nos ofrecieron whisky caliente especiado. Dudamos un poco para aceptarlo, ya que viajaríamos a primera hora y yo no estaba acostumbrado a beber alcohol. Para no hacerles el desaire aceptamos, al principio creí que era por no estar acostumbrado, al poco tiempo comencé sintiéndome mal, pesado y torpe.

Al día siguiente, los golpes fuertes sobre metal me despertaron, me dolía mi cabeza horriblemente y aun no comprendía qué estaba sucediendo... Nos encontrábamos encerrados en pequeñas jaulas, y no solo éramos nosotros dos, había cinco o quizás seis personas más aquí... Creo saber de dónde provino la carne que cenamos ayer, el gran día jamás llegará para nosotros.









Neus Sintes

El plantón

Una suculenta cena me esperaba al final del día. Hoy nuestro jefe había invitado a todos los empleados a celebrar una cena en uno de los mejores restaurantes de gala. Donde la mayoría de «peces gordos», llamados de esta forma a todos aquellas personas que tenían y podían permitirse ir a restaurantes de alta categoría, con un fajo de dinero en la cartera, solían frecuentar.

En mi armario uno de mis mejores vestidos colgaba de la percha. No recordaba habérmelo puesto más que en una ocasión. Ésta sería la segunda. Era un vestido largo de color rojo, que me dejaba los hombros al descubierto. Me sentía extraña conducir con esa vestimenta. Pero llegué al restaurante. Allí no había nadie, ningún empleado había llegado, no veía caras conocidas, solo las de algunos que me miraban de reojo, devorándome con la mirada.

Miré de nuevo el reloj, mientras me tomaba un gim tonic en la barra y vi que había pasado media hora larga y nadie se había presentado. ¿Acaso me había equivocado de lugar?. Llamé a algunos de mis compañeros y nadie contesto a mis llamadas. Me dediqué a pagar e irme cuando el camarero me dijo que ya estaba pagado.

—Señorita el hombre de allí le ha invitado. Le dediqué una sonrisa, dándole las gracias y me fui por donde había entrado.

Una vez fuera, quise gritar, indignada por lo sucedido, pero una voz masculina me lo pidió. Me volví para ver quien era y era el mismo hombre que me había invitado

—¿Qué hace una mujer tan bella y sola en una noche solitaria ? —preguntó.

—¿Quiere que le acompañe? — se ofreció. Después de contarle lo sucedido.

—Además —uno de sus tacones está un poco estropeado. No me gustaría que se lastimara y tuviera que hacer autostop por la carretera. —Perdón, no me he presentado mi nombre es Richard.

Pensé que tenía razón, de todas formas ésa no era mi noche. Una noche desastrosa. —me llamo Alicia. Mis pensamientos estaban en dimitir al día siguiente. Y ¿por qué tenía la sensación de que Richard, me había tomado por una mujer de compañía?









Salvador Alba

La primera vez de Gisela y Valeriano (parte 4)

En cuanto Gisela mencionó la palabra hijos, salí de la bañera, y del cuarto de baño, con la mirada perdida y fui chorreando agua hasta la mesita de noche.
—¿Te sucede algo? —Tras mi silencio, insistió sin poder verme—. ¿Valeriano?
—No pasa nada, voy a pedir la cena.
—¡Bien, mis tacos que sean con picante!
Pedí la cena a Taconacho y me quedé sentado en una silla metálica que había al lado de la terraza, no quería mojar la cama.
—¿Valeriano, no vuelves?
No respondí. A los pocos segundos, apareció envuelta en una toalla y con el pelo recogido con otra, a modo de turbante.
—¿Qué te pasa?
—Nada.
—¿Cómo que no? Si has puesto el suelo que parece una pescadería, te has quedado pálido y se te ha metido el pito para adentro. Tú estás huyendo de mí.
—¡Pues sí! —Ya no aguanté más—. Llevamos dos años hablando cada día y nunca habías dicho nada de niños ¿Cómo se te ocurre decirme que quieres tener hijos de sopetón?
—¿Por eso te has puesto así? Solo era una forma de hablar. ¿Tú no quieres tener hijos?
—Bueno… pues… algún día sí, pero te veo tan lanzada que me da miedo.
—Pues venga, déjate de lloriqueos y cómete este cuerpo serrano —dijo quitándose la toalla.
—El repartidor vendrá pronto —repliqué.
—Siendo eyaculador precoz ese no debería ser un problema.
Me dejó sin palabras. Luego, se dio dos palmaditas en el trasero mientras se dirigía a la cama. No me quedó más remedio que obedecer, presa de la hinchazón de mi entrepierna.
Tras unas caricias lujuriosas, unos bocados en los senos y después de que me llamase Rocinante hasta que llegó al clímax, sonó el timbre y exclamé con hastío.
—¡Mierda! Ya se podía haber entretenido en la carretera, me faltaba muy poquito.
—Esto sí que es un coito interruptus, ja, ja, ja. Parece que lo precoz está remitiendo.
—Mucha gracia no me hace el comentario en este momento.
—Ya veo, la tienes que parece que va a cobrar vida propia. No t e preocupes, luego la aprovecho otra vez. Voy a por la cena.
Se enrolló en la toalla, cogió su monedero y atendió al repartidor. La propina que le dejó fue bastante generosa, a juzgar por las palabras de agradecimiento.
Cuando Gisela apareció por el pequeño recibidor, me comentó.
—Qué contento se ha puesto, un euro más y me da dos besos.
—Creo que no ha sido por la propina, se te ve un pezón.
—Ups, bueno, eso que se lleva.
Tras la cena, un revolcón más y ocho horas de sueño, desperté abrazado a ella. Era la primera vez que dormía tan bien con una persona. Ella tardó media hora más en despertarse, en ese tiempo, recordando el día anterior, supe que había merecido muchísimo la pena, y comprobé que tenía el brazo completamente dormido por la mala postura.
—Buenos días, amor mío.
—Buenos días, mi Rocinante.
—Pues sí que te he impresionado sexualmente.
—Espero que yo a ti también.
—Más me han impresionado los malentendidos ¡ja, ja, ja! —Ella también se rio y continué—. Me he dado cuenta de que no te he contestado a una de tus preguntas.
—¿A cuál?
—A la de irnos a vivir juntos.
—Ah. ¿Y cuándo será?
—En cuanto lo organicemos todo, me han encantado las horas que hemos pasado juntos.
—¿Y cómo sabes que yo no he cambiado de opinión?
—Esto… eh… mmm…
—Que no, que no, que es broma, que me has encantado. ¡Pobrecito mío!









María Elena Rangel

Muerte Improvisada

Me dirigía con mucho retraso a la cena de ensayo de mi propia boda, mientras recorría los kilómetros mi pánico se hizo mayor, tanto así que ya respiraba entrecortado y me sudaban las manos. Me había dado cuenta que no quería casarme; no es que mi novia no fuese una hermosa y dulce mujer, es solo que no estaba preparado para semejante compromiso, y seamos sinceros, para la clase de familia que tenía, tampoco.
A medida que se acortaba la distancia, el pavor aumentó, fue entonces que vi un desvío a una carretera de tierra, sin pensarlo en absoluto tomé dicha desviación que al poco rato me di cuenta que desembocaba en unos acantilados que bordeaban un hermoso lago. No sé qué se apoderó de mí en ese momento, solo sé que no lo medité, solo apagué auto, bajé de él y me quedé mirando el descenso. Como un autómata lo encendí de nuevo y lo dejé caer al vacío; Sin expresión alguna miré como se destrozaba contra las rocas, envuelto en llamas, hasta caer al fondo de aquel lago.
Di media vuelta deshaciendo lo andado, al llegar a la carretera tomé la dirección contraria a donde me dirigía. Tenía mucho por hacer, empezando por una nueva identidad, no podía dejar nada al azar. Lo menos que deseaba era que la familia mafiosa de mi desconsolada ex novia sospechara mi jugada. Todos debían creer que alguno de sus tantos enemigos me había enviado a las profundidades del infierno en un acto de venganza. Por mi parte, seguro que no me volverían a ver la cara nunca más.









Katty Montenegro

Por ahorrar un segundo…

Iba conduciendo por la carretera a toda velocidad, debía llegar rápido a mi destino, no podía fallarle a Arlette. Llegar tarde a nuestro aniversario de matrimonio no era una opción.

Días antes había salido de la ciudad por trabajo, y por más que intenté que las reuniones fueran rápidas, el tiempo no me alcanzó y estaba apunto de faltar a mi cena con ella. Antes de irme le prometí que regresaría a tiempo, incluso hicimos una reserva en el restaurante de siempre, tendríamos una cena romántica como cada año. Pero algo me decía que no lo lograría. El camino se me hacía cada vez más largo, parecía que no iba a salir nunca de ahí.

Llegado cierto punto me di cuenta de que no era que el camino se me hiciera eterno, sino que no avanzaba. Pasé por el mismo lugar varias veces antes de darme cuenta de que seguía donde mismo. ¿Qué estaba pasando? 

Un tumulto de gente hizo que tuviera que frenar. Un auto había chocado con un camión. Otros conductores se bajaron para ayudar y yo también bajé del mío. Mi sorpresa fue grande cuando vi que el auto chocado era idéntico al mío. Me acerqué con lentitud y noté que la patente era la misma. Miré hacía atrás buscando mi auto y no lo encontré. ¿Qué estaba pasando?

―Al parecer quiso adelantar... No alcancé a frenar... ―sollozó el conductor del camión.

La ambulancia llegó y a los pocos segundos sacaron mi cuerpo que seguía atascado. Había muerto. Definitivamente no llegaría a mi cena con Arlette.









Freya Asgard


No quería comer nada, sin embargo, después de la cena salí a recorrer las calles, necesitaba despejarme.
Recordé cada momento vivido hasta entonces, desde el día en el que llegué a esa casa. Los primeros días, cuando mi fantasma me quiso asustar, pensando que yo huiría despavorida; cuando nos hicimos amigos, sus cafés, sus comidas, la sorpresa para mi cumpleaños, el susto que me hizo pasar en mi aniversario de llegada a esa casa. Nuestras discusiones, provocadas por él, por supuesto, nuestras reconciliaciones; su querida y amorosa hermanita; su ex… Su ida.
¿Qué debía hacer?
Sin darme cuenta, llegué a la carretera. Me alegré porque transitar por la autopista me relajaba, no tenía que preocuparme de semáforos, automóviles en contra, ladrones de esquina ni nada. Así es que conduje por más de una hora sin querer pensar en nada, pensando en todo. No podía evitar recordar cada momento vivido con mi fantasma. Decir que lo extrañaba era un eufemismo, me hacía mucha falta.
Mi teléfono sonó, no tenía conectado el altavoz como para contestar y eso sí que no lo haría en carretera, pero su sonido me descomponía.
Utilicé una de las salidas para poder detenerme, conectar el altavoz y contestar mientras continuaba por la autopista.
La caletera estaba oscura, solitaria, claro, ya eran más de las once de la noche. No me detuve del todo, me dio un poco de miedo hacerlo. Así es que conecté el altavoz en el momento como pude y seguí andando. Mi celular comenzó a sonar otra vez.
―¿Aló?
―Por favor, vuelve a casa.
―¿Quién habla?
―¿Ya no me recuerdas?
―¿Dónde estás?
―En casa. Regresé.
―¡Qué?
―Volví para estar contigo, ya encontré todas las pruebas para demostrarte que yo jamás te mentí. Vuelve, por favor, ¿dónde estás?
―Voy, estoy en alguna parte de la carretera rumbo al sur.
―Te esperaré con café recién hecho.
―Bueno. No te vayas ―pedí.
Tomé el primer retorno, estaba feliz, mi fantasma había vuelto, me sentaría con él y escucharía todo lo que tuviera que decirme.
Iba pensando en todo lo que le diría, en todo lo que haría y no me di cuenta de que un automóvil venía en sentido contrario. Las luces que me enceguecieron fueron lo último que vi.
















Eelynn Cuellar

Hermandad

Era mi amigo... Más que amigos, éramos hermanos.

Nuestra historia comenzó incluso antes de salir de la barriga de nuestras madres. Dos chicas, casi unas niñas que fueron abandonadas por dos desgraciados que cuando se enteraron que veníamos en camino desaparecieron de la faz de la tierra.

La vida es curiosa, en otras circunstancias tal vez jamás se hubieran conocido.

Tan diferentes la una de la otra que muy probable es que si las circunstancias o el destino no se lo hubieran propuesto, ellas ni el saludo les habría salido de sus labios, pero así es la vida, lo que pudo terminar en una tragedia, terminó en una amistad de años que solo acabó cuando ambas con muy poca diferencia de tiempo, el cáncer se las llevó.

Desde que nacimos fuimos inseparables, y hoy mi hermano, no mi amigo... No mi enemigo me traicionó de la peor manera posible, lo hubiera pensado de cualquiera menos de él. No se conformó con suplantarme, robarme mi dinero y a mi prometida, el muy descarado todavía se burló de mí, de que creyera que éramos como familia, me dijo que siempre me utilizó... Me hirió y destruyó completamente.

Por eso no dudé en acudir a quien podría ayudarme. En la oficina corrían rumores de que era una bruja, yo al inicio creí que lo decían de manera figurativa, sin embargo no me quise quedar con la duda y se lo pregunté directamente, ella me habló de su aquelarre, de que realizaban hechizos y todo ese tipo de cosas, yo aún no creía en todo aquello, pero necesitaba que fuera real, que hubiera un conjunto, maldición o algo para hacerle pagar todo a ese canalla.

Si recordaba las películas que tratan de este tema, era consciente que me metería en problemas y pagaría muy caro realizar un acto deleznable contra él, estaba dispuesto a correr los riesgos, no podía dejar las cosas así y deseaba verlo muerto... Con lo único que no contaba es que mi amigo, mi hermano estaba siempre un paso delante mío y él se deshizo de mi primero.









Neus Sintes


Enya sabía que su mejor amigo tenía únicamente ojos para su mejor amiga Tere. El problema era que Enya le gustaba desde siempre Antonio. Con Antonio habían compartido muchos momentos juntos, salidas y fiestas. Aunque lo hacían siempre en grupo. Junto con los demás colegas.

Enya nunca imaginó que tras compartir con el tantas anécdotas y tantas cosas juntos, terminará por enamorarse de una de sus mejores amigas; Tere. Tere era y había sido para Enya, la hermana que nunca tuvo. Con ella había compartido todas aquellas cosas de chicas. Lo que nunca pudo llegar a imaginar es que sus dos mejores amigos llegaran a enamorarse.

Además, Enya empezó a sentir celos de Tere. No podía comprender cómo Antonio pudo llegar a traicionarle por decirlo de alguna manera. Antonio no sabía que Enya lo amaba, aunque algunas pistas Enya dejó caer…Antonio solo tenía ojos para Tere. Enya empezó a alejarse de ellos poco a poco. No podía verlos juntos. Los celos la consumían.

Un día, en la biblioteca entró para intentar estar a solas y concentrarse en algo. Aunque fuera en un libro. De la estantería escogió el primero que más asomaba. Cuando leyó el título «Conjuros». Al abrirlo, empezó a ojearlo y leerlo. Sabía que se trataba de ficción. El libro redactaba diversos conjuros, pero que la tuvieron centrada en la lectura y no en otros pensamientos, hasta que uno de ellos le llamó la atención. «Como hacer para que un chico se enamore de ti».

Leyó el conjuro. Y aunque no creía en que fuera cierto, intentó probar suerte. Tal vez quedara en una prueba y el libro era de ficción como ella suponía. Al llegar a su casa, estando a solas, realizó el conjuro. La noche transcurrió lentamente. A la mañana siguiente, dos llamadas perdidas de Tere asomaban reflejadas en la pantalla del móvil. Leyó el mensaje de voz en el que su amiga le contaba que Antonio no la quería. Amaba a otra persona.

Llamarón a la puerta con insistencia. Enya fue abrir, cuando sus ojos se encontraron con los de Antonio, de cuyos labios asomaron las palabras que siempre había ansiado escuchar: Enya – te amo.









María Elena Rangel

Espeluznante Venganza

Nadie sabía a ciencia cierta que había pasado con mi amigo. La policía no había encontrado pistas concluyentes de lo que había causado su muerte: ¿accidente? ¿Asesinato? ¿Suicidio? Todo era posible, bueno no todo, yo sabía que él nunca se habría suicidado, amaba mucho la vida para ello.

Yo conocía la manera de averiguar exactamente lo que había sucedido, claro está que no podría utilizarlo como prueba, pero ya me las arreglaría. La mayoría de las personas me mirarían como bicho raro si descubrían mis métodos para conocer la verdad, pero eso me tenía sin cuidado, y menos en estas circunstancias.

Por la noche me las arreglé para entrar en casa de mi amigo, con cuidado de no desgarrar la cinta amarilla del cordón policial. Apertrechada con mis implementos busqué la habitación desde donde se supone que saltó desde la ventana.

Una vez allí tracé mi círculo de protección, encendí una vela blanca y otra negra; con la vela blanca encendí un incienso de sándalo; con respiraciones profundas me concentré en mi amigo, y comencé a recitar el conjuro que había preparado para mi cometido: comunicarme con su espíritu para saber que sucedió.
A los pocos minutos una brisa helada comenzó a soplar, sentí el olor de fragancia en el ambiente; abrí mis ojos y allí frente a mí, la forma etérea de Rogelio se manifestó.

―¡Rogelio! No sabes lo triste que estoy.

―No lo estés, yo estoy bien.

―¿Quién te hizo esto? Quien sea debe pagar por su delito. La policía no tiene ninguna pista, ningún sospechoso. Piensan que tal vez tú mismo acabaste con tu vida.

―¿Cómo sabes que no lo hice?

―Porque te conozco mejor que nadie. Sé cómo amabas la vida, también sé que tú no harías sufrir a tu familia de esta manera, tampoco a mí que soy tu mejor amiga, casi tu hermana.

―Sí que me conoces bien, tienes razón yo nunca lo hubiese hecho.

―¿Entonces? ¿Quién fue?

―Fue Victoria, se enteró que pensaba terminar con ella, me enfrentó y le dije que era verdad. Ella no era una buena persona, me engañaba con su amigo Luis. No aceptó lo que le dije, le respondí que ese no era mi problema, ya no la quería en mi vida. Discutíamos cerca del ventanal y en un descuido mío me empujó al vacío, el resto ya lo sabes: me envió al otro mundo sin pasar por “go”, ni cobrar los doscientos.

―No te preocupes, mi amigo. Desde ya le haré la vida imposible aprovechando que se acerca Halloween, quedará tan espantada que ella misma rogará que la encierren; tal vez no en la cárcel, pero si en un sanatorio mental. Eso tenlo por seguro.

Me despedí de mi amigo, sabíamos que nos volveríamos a ver algún día. Borré el círculo de protección, tomé mis cosas y me largué sin dejar ningún rastro detrás de mí. Tenía que preparar una espeluznante venganza.









Salvador Alba

El Conjuro

A sus veintitrés años, Norberto vivía con sus padres. Eran las cinco de la tarde de un viernes cuando el mejor amigo de Norberto le sorprendió en su habitación.
—¡Qué susto! No he escuchado a mi madre abriéndote la puerta.
—Pues sí que estás sordo. ¿Qué estás haciendo con esos artilugios esotéricos?
—Un conjuro.
—¿Tú crees en esas cosas?
—Sí, llevo haciéndolo desde hace siete años.
—¿Siete años? ¿Y me entero ahora?
—No te quejes, que no te hubieses enterado nunca de no haber sido porque se me olvidó que venías.
—¿Y para qué es?
—Para que Sandy se enamore de mí.
—¿Sandy, la semestrina?
—Pues muy bien no te ha salido durante estos siete años. ¿Por qué no dejas de intentarlo?
—Porque siempre estoy a punto de conseguirlo. Lo hago dos veces al año, y a los pocos días, Sandy se enamora de otro.
—Eso es que te sale mal, no significa que falles por poco.
—No, siempre se enamora de alguien cercano a mí. Y sé que esta vez me va a salir bien porque no me queda nadie más.
—Querrás decir nadie más, excepto yo.
—Mierda. Bueno, tendré que esperar otros seis meses.
Seis meses después, en el cine, instantes antes de ver una película.
—Oye, Norberto. Sandy ha cortado conmigo por el conjuro, ¿verdad?
—Sí.
—¿Y cómo es que no está contigo?
—Porque se ha enamorado de Lisa.
—Pero ella no es lesbiana.
—Ahora sí.
—Deberías dejar los conjuros.
—Ya me he dado cuenta.
—Bien. ¿Los dejarás?
—Sí. Y silencio, que empieza la peli.









Katty Montenegro

2:43

Iba a morir... Estaba segura de eso. Sentía como mi garganta se cerraba cada vez más y la respiración se me dificultaba a cada segundo. En ese momento mil cosas pasaron por mi cabeza. Desesperada dije que quería ir a urgencias del hospital. Eran las dos y algo de la mañana y tenía muy claro que no sería tan fácil llegar, pero ya era demasiado, no iba a aguantar mucho más.
El camino no se me hizo tan largo cómo pensé, sabía que pronto me curarían, aunque temía que no me tomaran en cuenta. 
Tenía tanto miedo que hubiera hecho cualquier conjuro, embrujo o hechizo que me hubieran recomendado para salvarme.
Lo que sí se me hizo eterno, fue el tiempo que pasé en la sala de espera, pero cuando por fin dijeron mi nombre, todo el miedo se disipó.
Un doctor es un buen amigo, me repetía mientras iba camino al box de atención. No recordaba en dónde había escuchado eso, pero en el momento me hizo sentido.
Nada más entrar, él supo de qué se trataba. Me hizo abrir la boca para examinarme y al segundo siguiente todo fue caos. Tanto el médico como el enfermero se movían rápido y preparaban algo. Yo no entendía nada.
―¿Alguna alergia? ―preguntó el doctor.
―Penicilina ―contesté apenas.
―Boca abajo en la camilla.
Me inyectaron algo que me dolió como si fuera vidrio molido entrando en mi ser.
―Ahora sí puedo explicarte. Mucho gusto, soy el doctor de turno del área respiratoria ―se presentó.
Fue entonces cuando me explicó que mis amigdalas estuvieron a punto de explotar por la hinchazón. Amigdalitis aguda fue el diagnóstico.
A las seis de la mañana pude acostarme por fin en mi cama y dormir más tranquila. Ahora solo espero recuperarme pronto y poder volver a mi rutina.









Freya Asgard


Pasó mucho tiempo y ella no llegaba, según me había dicho, no debía tardar tanto. Hubiese querido ser un humano para salir a buscarla, un mal presentimiento se instaló en mi interior, pero no podía hacer nada. ¿Debía llamar a su familia para saber si había llegado allá? Tal vez se arrepintió y no quiso verme.
El timbre sonó, me aparecí en la puerta y la abrí, esperaba que fuera ella, aun cuando sabía que no era así. Un antiguo amigo estaba parado afuera.
―Hola, ¿y tú?
―Traigo malas noticias.
―¿Qué pasó?
―Debo hacer un conjuro.
―¿Qué? ¿A qué te refieres?
―¿Quieres salir de esta casa?
―Ahora más que nunca.
―Lo sé, por eso vine, debo hacer un conjuro que te permitirá salir de esta casa y andar por ahí sin dificultad.
―¿Qué sabes tú que no sepa yo?
―Deja que haga lo que vengo a hacer y nos vamos, ahí comprenderás todo.
―¿Le pasó algo?
―Ven.
Mi amigo me llevó al sótano, conocía muy bien la casa, pese a que nunca había entrado. Era un brujo que había conocido en una de mis salidas en noche de Halloween, yo creo que jamás le había mencionado siquiera dónde vivía.
Hizo una estrella de brujería, dijo unas palabras mágicas y encendió una llama en la estrella. Segundos después, yo estaba fuera de la casa, con ropa normal, como cualquier otro mortal.
―Vamos ―dijo mi amigo con un golpecito en mi hombro y avanzó hasta un sedán.
Me subí en el asiento del copiloto. No sabía adónde íbamos y tenía miedo de preguntar. Ya habían pasado más de tres horas y mi pecosa no volvía.
Llegamos a un hospital. Lo miré aterrado.
―¿Está aquí? ¿Tuvo un accidente?
―Está grave, te necesita, necesita de ti para seguir viviendo, si muere aquí se separarán para siempre.
―¿Dónde está? ¿Me puedes llevar?
―Claro, claro, sígueme.
Entramos sin dificultad, nadie nos preguntó qué hacíamos allí, a nadie parecía importunarle nuestra presencia.
―No pueden vernos. Ven. Apresúrate.
Llegamos a un box donde la tenían llena de tubos, agujas y vendajes.
―Mi amor, mi amor, no me puedes dejar solo ―le supliqué tras correr hacia ella―. ¿Qué pasó, mi amor? Mi pequeña pecosa, no me dejes
―Hola ―me saludó con dificultad.
―Hola, pecosa, mi pecosa.
―¿Cómo es que estás aquí?
―Es una historia larga, no te preocupes por eso ahora.
―¿Te vas a ir?
―No, amor, no me voy a mover de tu lado hasta llevarte a casa.
―No hemos podido conseguir a ningún familiar ―comentó la enfermera al doctor, ambos iban entrando al box.
Mi amigo me sacó de allí y llegamos a la recepción.
―Buenas noches, venimos a ver a una paciente, tuvo un accidente de auto, él es su prometido.
Mi amigo dio el nombre de ambos y nos hicieron pasar. Ella extendió su mano hacia mí.
―Creí que había sido un sueño.
―Aquí estoy, cariño.
El doctor me dio unas instrucciones, ella se debía quedar esa noche en observación, pero al día siguiente podría ir a casa.
Mi pecosa volvía a mí, y no la volvería a dejar sola nunca más.









Y bueno, estos fueron los doce relatos que estas semanas que fueron la 41 y la 42 dejaron.

Alguno es su favorito???

Y pues ya saben pronto otra recopilación, ya sea mensual o quincenal.

Gracias por leernos y besitos!!!






No hay comentarios.:

Publicar un comentario